En la primera y en la segunda dispensaciones Dios trató con Adán y Eva. Luego trata con toda la humanidad conocida, con el conjunto de la población de la tierra. En seguida, Dios trata con un hombre en particular. Veamos acerca de esto.
“Y habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa” Hebreos 6:15
Después del fracaso de Babel, Dios señala una familia y una nación, haciéndoles una prueba representativa de todos. Este trato comienza con Abraham, quien por gracia recibe una promesa de parte de Dios y anda en la tierra prometida. El distintivo del gobierno de esa administración se expresa en el mandato de los patriarcas, cuya responsabilidad se circunscribe a creer y servir a Dios. Dios les provee de todo lo necesario en cuanto a revelación y verdades espirituales. La forma de agradarle es confiar y obedecer, y permanecer en la tierra prometida. Esta dispensación abarca el período relatado entre Génesis 11:10 a Éxodo 18:27.
Jacob, quien fue el que guió a su familia a Egipto, comprendió que ese no era el lugar para que ellos permaneciesen. Así encarga a José antes de morir: “cuando duerma con mis padres, me llevarás de Egipto y me sepultarás en el sepulcro de ellos. Y José respondió: Haré como tú dices” (Génesis 47:30; ver también Génesis 49:29-33). También anuncia el regreso de la familia a Canaán: “He aquí yo muero; pero Dios estará con vosotros, y os hará volver a la tierra de vuestros padres” (Génesis 48:21). Jacob confía en la promesa y José cumple el deseo de su padre (Génesis 50:7-14). El mismo José tiene claro que no han de morar en la tierra extranjera por siempre y comanda a sus familiares: “Dios ciertamente os visitará, y haréis llevar de aquí mis huesos” (Génesis 50:25).
Sin embargo, hubo fracaso inmediato y frecuente aun en los patriarcas mencionados, en distintas etapas, pero al no regresar a Canaán con prontitud sino más bien asentarse en Egipto, el juicio de la esclavitud fue traído sobre ellos. Dios, una vez más, por medio de su gracia, proveyó un salvador en Moisés y en el proceso de librarles juzgó a los opresores. En este período el premio es la promesa, promesa que no se cumplió en vida (Hebreos 11:13). Será seguido por el período de la predominancia de la ley y Pablo en su carta a los Gálatas percibe claramente estas diferenciación entre ley y promesa. También señala que la ley no anula la promesa, cuya proyección alcanza incluso hasta nosotros: “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:29).
Lo que quisiera destacar en este punto es que por el solo hecho de creer a Dios, Abraham es el exponente más destacado de este período, al serle atribuida la justicia de Dios, y ser considerado como que cumplió toda la ley de Dios aun siglos antes que la ley fuese revelada en las tablas de piedra (!). Aun cuando Abraham vivió antes del período de la ley, Dios mismo da testimonio de que Abraham cumplió la ley cuando señala: “por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Génesis 26:5). Por lo tanto volvemos a ver que hay realmente sólo una forma de agradar a Dios, la cual Él nos la revela con matices en su palabra según la dispensación que consideremos. Esta es ser humilde, confiar en Él, creer a su palabra y obrar en consecuencia con eso: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6:8; ver también Hechos 10:35). ¿Agrada el lector a Dios? –rc
(Continúa)
Lectura Diaria: | ||
Levitico 2:1-16 [leer]
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/Salmos 99:1-101:8 [leer]
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/Hechos 25:13-27 [leer]
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