“Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” Efesios 2:13

El apóstol Pablo nos habla de cercanía con Dios, cercanía por la sangre de Cristo. Los cristianos podemos acercarnos porque ya no hay nada que lo impida, por el hecho de que ya no hay deuda, y ya nada queda por hacer. Ya no hay impedimento para acercarse a Dios. Pero en las palabras de Pablo, también podemos encontrar que esta cercanía se refiere a  que ahora podemos ser partícipes del bien de parte de Dios. Sus bendiciones, su cuidado, su intercesión, su misericordia como hijos (1 Juan 2:1). Al pensar, aunque sea brevemente en lo que hemos obtenido por gracia por creer en Cristo, ¡cuán grande se ve el contraste con los que no le conocen! Los que están “lejos” están además solos. Están desamparados y sin poder recurrir “al Dios de toda gracia” (1 Pedro 5:10).

Esta cercanía, que es posible por la condescendencia y bondad de uno que es en todo aspecto infinitamente superior al hombre, se esboza ya en el Génesis, en la historia de José y su reencuentro con sus hermanos (Génesis 43:15-34). Aquí tenemos una figura admirable de lo cerca que pueden llegar los pecadores al Dios santo. Los hermanos de José son invitados a almorzar a la casa del gobernador, el “señor de la tierra” (Génesis 42:6, 30, 33). Intentando justificarse a sí mismos dan una serie de explicaciones al mayordomo. Este, sin avergonzarlos, les responde con palabras tranquilizadoras: “Paz a vosotros, no temáis; vuestro Dios y el Dios de vuestro padre os dio el tesoro en vuestros costales; yo recibí vuestro dinero” (Génesis 43:23). Alguien, no ustedes –dice el mayordomo- pagó vuestra deuda. Qué ejemplo para nosotros el día de hoy. La entrada a la casa del que es Señor ha sido concedida por él mismo, quien tuvo que cancelar la impagable deuda de nuestro pecado. Luego, los hermanos de José son honrados siendo sentados a la mesa. Nadie les hace ver que no merecen estar allí; nadie les enrostra que están vestidos de manera tal vez inadecuada para la jerarquía del dueño de casa, pues son sus invitados, y han de ser tratados con deferencia. Además se enteran de que van a ser bendecidos: “habían oído que allí habrían de comer pan” (Génesis 43:25) Uno puede imaginarse la impresión de aquellos pastores al entrar en las cámaras de la casa de José. Las pinturas, los murales, los grabados, las esculturas, el oro, la riqueza… De la misma manera, al entrar en la presencia del Señor podemos vislumbrar sus perfecciones, sus riquezas y la gloria del Hijo de Dios. Él ha querido compartirla con nosotros. Él ha querido hacernos partícipes de sus misericordias.

Los creyentes en Cristo recibimos su gracia sin tener que dar explicaciones. Hemos sido rescatados, salvados, levantados y hechos hijos de Dios por haber confiado en el que humillándose inmerecidamente, murió dando su vida por nosotros en la cruz (Filipenses 2:8). ¿Posee tal cercanía el lector? ¿Puede entrar en la presencia del Hijo de Dios, quien es hoy salvador y mañana juez (Juan 5:22, 24), quien dio su vida en la cruz para salvarle y darle la vida eterna? Reciba las bendiciones que el Señor quiere darle. Reciba la salvación creyendo en él, y será hecho cercano. rc

 

Lectura Diaria:
Génesis 17:1-27 [leer]
/Job 20:1-29 [leer]
/Mateo 9:18-38 [leer]