Orar debe ser tan normal para el cristiano como respirar. Lea de una reunión de oración de cuatro creyentes fieles cuando tuvieron que enfrentar la muerte.
“Les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar” Lucas 18:1
¿Quién no ha tenido un sueño y después ha querido recordar lo soñado sin poder hacerlo? Es algo que pasa a muchos pero sin atribuir mucha importancia al sueño, lo dejamos en el olvido. No fue el caso con el rey Nabucodonosor. Recién en el segundo año de su reinado tuvo un sueño que le dejó perturbado. Creía que el sueño tenía importancia a tal punto que no podía dormir. Había a su disposición en su reino un gran grupo de asesores: “magos, astrólogos, encantadores y caldeos (gente considerada sabia)” (Daniel 2:2). El rey les explicó su problema y ellos le pidieron que les repitiera el sueño y prometieron mostrarle la interpretación. ¡Lógico! Esto era su trabajo, pero el rey pedía algo ilógico pues dijo: “el asunto lo olvidé; si no me mostráis el sueño y su interpretación, seréis hechos pedazos, y vuestras casas serán convertidas en basurales” (v.5). El rey había tenido el sueño, lo había olvidado, y ahora esperaba que su gente instruida le interpretara el sueño. Prometió grandes favores al sabio que se lo dijera y lo interpretara. Por supuesto le informaron que “no hay hombre sobre la tierra que pueda declarar el asunto del rey” (v.10). Enojado porque su demanda absurda no se pudo cumplir, Nabucodonosr ordenó la muerte de todos sus consejeros.
El edicto para llevar a la muerte a los sabios fue perentorio y afectó también a Daniel y a sus compañeros Ananías, Misael y Azarías. Daniel habló “sabia y prudentemente a Arioc, capitán de la guardia del rey” (v.14) preguntando por qué tanta premura. Daniel logró entrar ante el rey para conversar con él. Pidió tiempo diciendo que “él mostraría la interpretación al rey” (v.16). Daniel fue audaz, y fue así porque su fe en Dios era muy fuerte, capaz de mover montañas (Mateo 17:20). Involucró a sus compañeros y los cuatro tuvieron una reunión de oración entre sí. Pidieron específicamente que Dios mostrara misericordia y revelara el misterio. No querían perecer con los otros sabios, sino querían seguir viviendo para servir a Dios. Los cuatro conocían a Dios y orar a Él era un hábito diario. ¿Así es tu práctica en tu vida? ¿Oras en forma reiterada a nuestro Padre celestial? Orar en forma privada u orar en conjunto con otros trae bendición. Quizás sea esta la razón porque hay tantos creyentes mudos en las reuniones de oración. ¿Será que en casa en privado no oran mucho?
Dios espera que practiquemos la oración como dice el texto de cabecera sobre “la necesidad de orar siempre, y no desmayar” (Lucas 18:1). En la lista de las características que deben verse en la vida del cristiano, Dios espera que estemos “gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración” (Romanos 12:12). Hubo respuesta a la oración de Daniel y sus compañeros; “entonces el secreto fue revelado a Daniel en visión de noche, por lo cual bendijo Daniel al Dios del cielo” (Daniel 2:19). Antes de informar al rey, Daniel agradeció a Dios por haberle respondido; “Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos, porque suyos son el poder y la sabiduría… A ti, oh Dios de mis padres, te doy gracias y te alabo, porque me has dado sabiduría y fuerza, y ahora me has revelado lo que te pedimos; pues nos has dado a conocer el asunto del rey” (vv.20, 23). Daniel fue llevado ante el rey. Antes de escuchar la revelación recibida por Daniel, el rey tuvo que escuchar un testimonio acerca del único Dios vivo y verdadero. Dijo Daniel: “hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días. He aquí tu sueño, y las visiones que has tenido en tu cama…” (v.28). Las respuestas a nuestras oraciones no vienen para llenarnos de orgullo, sino para que Dios reciba toda la gloria. Dios fue engrandecido ante el rey Nabucodonosor por la fidelidad de cuatro jóvenes que no tuvieron otra arma frente a la muerte sino la oración. Ellos nos dejaron una lección: ¡Oremos! –daj