El Señor… es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.” 2 Pedro 3:9.

 

Tiene que haber sido dramático el momento cuando José se reveló a sus hermanos después de aproximadamente veinte años sin verlos. Los diez hermanos mayores vendieron a su hermano como esclavo a los madianitas que pagaron veinte piezas de plata por él, y le llevaron a Egipto. Allí trabajó, fue falsamente acusado y pasó tres años en la cárcel. De allí fue sacado para ocupar un lugar de importancia en la corte de Faraón, rey de Egipto. La hambruna que José profetizó cuando interpretó el sueño del Faraón llegó después de siete años de abundancia. Ya habían transcurrido casi tres años de los siete años de escasez anunciados cuando los hermanos de José viajaron desde Canaán en busca de trigo para mantener vivos a sus familias. La maldad de los hermanos para con José fue grande y ahora José los tiene delante suyo, sin que ellos se percaten de su identidad. Antes de regresar a Canaán con el trigo recién comprado, José exigió que Simeón se quedara como prenda hasta que trajeran de vuelta a su hermano Benjamín, que era menor que José y de la misma madre. Frente a sus nueve hermanos Simeón fue encadenado y llevado preso.

 

José tiene que haber sufrido mucho mientras esperaba pacientemente que los hermanos llegasen con Benjamín. ¿Habría tenido José ganas de ir a la celda donde Simeón estaba preso para contarle su identidad? ¿Tendría ganas de preguntar por noticias acerca de la familia y especialmente de Jacob, su padre? Con paciencia José aguardaba que sus hermanos volvieran.

 

Los hermanos sintieron obligados a volver pues descubrieron que el dinero con que compraron el trigo les fuera devuelto cuando abrieron sus sacos. José mismo lo había ordenado. ¿Por qué estaba el dinero allí? se preguntarían. El “caballero” que trató con ellos fue brusco y ¿cuál es la razón por este acto bondadoso? El hecho obedecía un deseo en el corazón de José. Quería perdonar a sus hermanos por la maldad hecha en su persona. Quería reconciliarse con ellos, pero el perdón y la reconciliación tuvieron que ser presididos por un reconocimiento de su maldad y una confesión de su pecado de parte de ellos. Los tratos de Dios con el pecador son similares. “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación.” 2 Corintios 7:10. (Continuará) –daj

Lectura Diaria:
Éxodo 10:1-29 [leer]
/Salmos 42:1-43:5 [leer]
/Hechos 4:32-5:11 [leer]