Parece que ayer fue el día conveniente para pensar y reflexionar sobre el año ido ya, y al mismo tiempo mirar hacia el año por venir buscando algún presagio alentador. La Biblia nos exhorta a considerar nuestros días de una manera provechosa.
“Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, Que traigamos al corazón sabiduría” Salmos 90:12
Los errores pasados los queremos enterrar y olvidar. Nos gusta pensar que el nuevo año ofrecerá otra oportunidad para rectificar y no errar, a fin de encontrar el derrotero feliz, que por tanto tiempo se nos ha escapado. Al decir FELIZ AÑO NUEVO, ¿qué es lo que quisimos decir? ¿En que consiste la meta de la felicidad? Preguntémonos, ¿qué es la felicidad? Para algunos la felicidad es la ausencia de desvelos, es tener tranquilidad, es sentir un bienestar general en todos los departamentos de la vida. La felicidad es algo dentro del ser, o sea, en “el corazón”, lugar donde se piensa, se ama, se sabe. Para otros la felicidad es obtener satisfacciones fáciles que a la postre sólo son espejismos y no realidad. Para otros, todo su esfuerzo estará en procurar un rápido enriquecimiento, sin apercibirse cuántos conflictos morales están involucrados en esa exagerada búsqueda del oro. Cada uno estará construyendo el castillo de su felicidad con elementos de humana factura y por eso mismo tendrá una estabilidad efímera.
La verdadera felicidad en su sentido genuino emana de Dios que quiere poner en el corazón de cada uno su paz, su tranquilidad, su felicidad. Una vez el Señor Jesús fue a encontrar a los discípulos en alta mar. Al ver su forma acercándose, se amedrentaron pensando que veían un fantasma. Se sosegaron luego de oír las palabras apacibles de su boca, “Paz a vosotros”, y más tarde dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy” (Juan 14:27). Frente a esta forma de ver las cosas, ¿se ha preguntado usted si el ser humano ha llegado a gustar el placer de la verdadera felicidad?. Por lo que vemos a nuestro alrededor, parece que la vasta mayoría se halla lejos de tal disfrute. No basta decir a nuestros amigos: “Feliz año nuevo”, para que tal felicidad les venga, como si las palabras tuvieran una fuerza mágica de producir tal estado. La felicidad verdadera nunca es el resultado de las circunstancias exteriores, sino el fruto de un estado espiritual interior. Y ese estado espiritual ideal, ese estado tan anhelado, sólo lo puede producir Dios.
Siendo Dios la fuente de la felicidad, ¿puede el ser humano alcanzarla sin que le dé el lugar principal en su vida a Él? Dios es el dador de todo bien, incluso el bien de la paz y la felicidad. ¿Puede ser encontrada en otro lugar fuera de él? Es necesario permitir que Dios, en quien reside el bien, la paz y la felicidad, se compenetre en nuestras vidas. Es por medio del poder transformador de Cristo que la felicidad llega. Los días por venir nos invitan a comprobar la eficacia de esta fórmula cristiana para disfrutar de la felicidad. Vivir en comunión con Dios, dependiendo del Señor para ser guiados, resultará en un verdadero Año Feliz. Permitiendo a Cristo entrar en tu vida, serás feliz de verdad. Es el resultado de un acto voluntario de tu parte. Comienza creyendo en el sacrificio hecho por Cristo en la cruz, y luego la Biblia dice: “Justificados, pues, por la fe tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, …” (Romanos 5:1). Nuestra persona se asemeja a una frágil embarcación que tiene que atravesar el ancho y tempestuoso mar de la vida. Si queremos conducir solos nuestros barcos, nos veremos muchas veces en peligro de zozobrar. Si permitimos que un buen piloto conduzca nuestra embarcación, llegaremos con felicidad al término de nuestra travesía. ¿Quién es ese piloto? Muchos han comprobado su eficacia por experiencia propia; es el Señor Jesucristo. Entrega el mando de tu vida a Él, y verás como Él sabe guiar, y te hará llegar al puerto celestial sin dar en ningún escollo. Aquí reside la gran cuestión que tenemos que resolver: ¿quién conducirá nuestra vida? ¿Nosotros mismos o Jesucristo? Se presenta la oportunidad de elegir. Hagamos nuestro el ruego de un hombre de la antigüedad, que como nosotros, tuvo que enfrentar las alternativas de un año nuevo. Digamos con él: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, Que traigamos al corazón sabiduría” (Salmos 90:12). Que tengan todos nuestros lectores un feliz año, un feliz año nuevo con la verdadera felicidad que se encuentra en Cristo Jesús. –daj