“Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” Juan 4:23

Debe haber sido duro para la mujer samaritana reconocer delante de “un judío” que no tenía marido. Pero ella estaba delante del Hijo de Dios. Probablemente la expectativa del agua viva que produce vida eterna le llevó a sincerarse consigo misma y delante del Señor. En cada ser humano debe llegar el momento en que delante de Dios reconoce francamente su pecado: “no tengo marido”, “no he sido íntegro”, “no he dicho la verdad”, “no tengo la salvación”, “he pecado”.  Jesús reconoce el acto de honestidad de ella y le revela que sabe más de ella que lo que ella jamás pensó. Él le conoce. Ante esa evidencia de poder y conocimiento esta mujer cambia su percepción de Cristo: “Señor, me parece que tú eres profeta” (v. 19).

Los seres humanos somos muy parecidos en nuestra reacción natural a la verdad de Dios. Al igual que Nicodemo, ella comienza a tratar de demostrar que no es una mujer inculta en lo que a cosas espirituales se refiere: “Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar”. Trata de introducir la idea de que tanto la posición suya como la de Jesús son visiones válidas con respecto a la forma de agradar a Dios, pero Jesús le habla con la verdad y claramente: la adoración humana, material, basada en lugares y cosas físicas no satisface a Dios, es una pretensión, una serie de actos llevados a cabo por los hombres, que no resuenan en el cielo. La adoración verdadera es espiritual, porque “Dios es Espíritu” (V. 24). Más aun, la adoración es en espíritu… y en verdad (v. 24). No puede haber pecado oculto y adoración, no puede haber cosas pendientes con Dios y adorarle, no es posible adorar a Dios y al mismo tiempo tener un corazón dividido.

¿Quiere el lector adorar a Dios?, debe también llegar delante de él con la verdad. Esa verdad que nos señala que: “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). El texto original tiene la idea de que todos no han cumplido el estándar de Dios, que hemos quedado al debe con las demandas de Dios. Jesús lo dijo claramente: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (v. 24). Y entonces Jesús le revela algo grandioso: Él es el Mesías que había de venir (v. 26). Asombrada por lo que acaba de escuchar, la mujer deja su cántaro, va a la ciudad y expresa la nueva comprensión que cual luz en una mente en oscuridad ha derramado el Señor en su corazón: “¿No será éste el Cristo?” (v. 29) La verdad ha hecho su trabajo, ha convencido a esta mujer de pecado y le ha mostrado un destello de la vida eterna que se obtiene por beber del agua viva. Pronto los samaritanos escuchan a Jesús y creen en él. En este capítulo, la persona del Hijo de Dios pasa de ser un “judío” a “profeta”, luego a ser, tal vez, “el Cristo” y al final a ser “el Salvador del mundo” (v. 42). ¿Cuál es la compresión que tiene el lector del Hijo de Dios? Quizá pretende sinceramente adorar a Dios, pero ¿ha rendido su conciencia y corazón a la verdad de Dios, que le denuncia como pecador perdido, por quien Cristo dio su vida en la cruz llevando sus pecados? Reciba la verdad de Dios, crea en el Señor Jesús. rc

 

Lectura Diaria:
Génesis 30:1-43 [leer]
/Job 40:1-41:34 [leer]
/Mateo 16:13-17:13 [leer]