“Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!” Juan 19:5

En la meditación de ayer, y con respecto de la persona del Señor Jesucristo, considerábamos la pregunta: ¿a quién contemplamos?  Vimos que la observación superficial de un ser humano que sufre no es una contemplación acabada, y más aún es insuficiente para la salvación. El apego, la simpatía y la solidaridad por sus sufrimientos no constituyen una respuesta adecuada y no es lo que Dios pretende de nosotros. Del estudio de las bienaventuranzas (Mateo 5) hemos comprendido que el Hijo de Dios no vino a sostener las demandas sociales ni culturales del ser humano, sino que a tratar con su condición y pecado, con el pecado del mundo (Juan 1:29).

Entonces, ¿que contemplamos en él? La mirada de fe ve mucho más de lo que los ojos de Pilato y los judíos vieron y entendieron:

Su perfección y santidad. Contemplamos al hombre perfecto, sin pecado. De todos los hombres que han vivido Jesús es el único de quien nadie pudo decir que le fue encontrado algún pecado o falta (juan 8:46). En su carácter y obra él cumplió la ley de la santidad (Hebreos 4:15)

Su compasión e intercesión. Vemos al hombre que se compadece de nuestras debilidades, que es paciente y que está a favor de los hombres delante de Dios (Hebreos 4:15-5:2). Por este oficio la Biblia le llama el gran sumo sacerdote. Imagínese, uno que es santo y sin pecado, que además nos representa delante de Dios, ¡que toma nuestra causa y la defiende!

Su vida de benevolencia y entrega. Contemplamos al hombre que no sólo era sin pecado, sino que se niega a sí mismo, dejando sus legítimos derechos como uno que es inocente, y es juzgado injustamente para ser crucificado por cada uno de nosotros (Mateo 20:28). Él vivió y murió por otros.

Su acto mediador entre nosotros y Dios. Vemos al hombre y al Dios eterno (Juan 1:14), al hombre que trajo la reconciliación entre el cielo y la tierra, entre Dios y los hombres: “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo” (2 Corintios 5:18). Contemplamos al que ha derramado la gracia divina en el corazón del hombre por la fe en él (Juan 1:17).

Su victoria sobre la muerte y la restauración de la humanidad. Contemplamos los efectos benéficos de su obra en la cruz para toda la raza humana permitiendo la reparación de la comunión entre el Dios eterno y el hombre que había sido destruida por la caída (la muerte espiritual), y creando un hombre nuevo por la fe en él. Sólo Cristo logra la restauración del hombre como raza, no la filosofía ni la autoayuda ni el yoga: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12, 1 Corintios 15:45-57).

 

La Escritura nos muestra las perfecciones de Cristo. Podemos entender y ser iluminados por la Palabra acerca de qué significó realmente la venida del Hijo de Dios a este mundo. Todo lo que ha sido escrito y toda historia bíblica haya su sentido final en la persona de Cristo, como lo dice Juan apóstol “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre (Juan 20:30-31) ¿Qué contempla el lector en Jesucristo? rc

 

Lectura Diaria:
Génesis 13:1-14:24 [leer]
/Job 16:1-17:16 [leer]
/Mateo 8:1-27 [leer]