“Pero sin fe es imposible agradar a Dios” Hebreos 11:6;
Ya hemos considerado algunas características que hacen a Abraham ser reconocido por Dios mismo como un hombre de fe que alcanzó la justificación por esa fe. Dios utilizó a Abraham como un ejemplo de fe sin el beneficio de la ley, en una ilustración de cómo debería vivir el pueblo de Dios a través de la edades. Moisés, en contraste, tuvo la ley, sin embargo no pudo cruzar el Jordán y entrar en la tierra prometida. Una vida de servicio y fe en Dios se vio afectada al final por un acto de incredulidad suya que tuvo consecuencias. En ese aspecto particular, Moisés falló en cuanto a la fe cuando los hijos de Israel se encontraban en Cades (Números 20:13).
El pueblo de Israel se hallaba en una situación difícil por la falta de agua. Dios ya había provisto agua de la roca en Horeb, años antes (Éxodo 17:6). Entonces el Señor convoca a Moisés y Aarón y les ordena hablar a la peña a la vista de ellos, “y ella dará su agua” (v. 8). Sin embargo leemos que Moisés, ofuscado por lo que sucede, golpea la peña con su vara… y sin embargo salió abundante agua de ella (v. 11). La gracia de Dios se manifestó pese a la desobediencia del hombre. No obstante, acto seguido Dios reprende a Moisés y a Aarón: “Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel… no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado” (Números 20:12). Sólo Dios con sus palabras nos revela que lo que en realidad hubo en el corazón de Moisés en ese momento fue incredulidad. Él, que había ganado tantas batallas para Dios, será impedido de entrar en la tierra prometida no porque golpeó una roca en vez de hablarle, sino por desconfiar de la palabra de Dios. El texto hebreo expresa que Moisés y Aarón desplegaron incredulidad en su exasperación. Dice el texto: “También le irritaron (a Moisés) en las aguas de Meriba; Y le fue mal a Moisés por causa de ellos, porque hicieron rebelar a su espíritu. Por cuanto pecasteis contra mí en medio de los hijos de Israel en las aguas de Meriba de Cades, en el desierto de Zin; porque no me santificasteis en medio de los hijos de Israel, y habló precipitadamente con sus labios (Salmo 106:32-33). Según este pasaje, Dios nos enseña que cuando el creyente ejerce fe en la palabra de Dios, le glorifica y santifica ante los demás. Moisés pasa en este aspecto a ser ejemplo y advertencia de que se puede agradar a Dios en muchas cosas y durante toda una vida, y sin embargo tener que ser castigados por Dios por desconfiar de su palabra y de su poder.
Debiéramos considerar con mucha mayor seriedad nuestra actitud para con la palabra de Dios. No se trata solamente de creer o no creer, como si ninguna implicancia hubiera en ello, sino se trata de que Dios ha hablado y requiere nuestra fe y obediencia. Más bien, debemos examinarnos en nuestra actitud hacia su palabra y acercarnos a él con humildad y reverencia además de la confianza, dependiendo en su gracia y suficiencia (Hebreos 10:22). Moisés aprendió dolorosamente la lección y Dios mismo antes que su siervo muriera recuerda el incidente (Deuteronomio 32:51). Que no seamos incrédulos a su palabra sino creyentes (Juan 20:27). Si somos cristianos, confiemos completamente en lo que él ha dicho. Si el lector no es salvado, crea ya en el Señor Jesús como su salvador personal, arrepintiéndose de sus pecados y confiando plenamente en su palabra. Así honrará a Dios y él le bendecirá. rc