Cuando José recibió a sus hermanos y revela su identidad verdadera, fue una escena de gran emoción. Después sintieron gran alegría pues el pasado pecaminoso fue puesto en olvido y la reconciliación trajo paz en la vida de todos. Esto es lo que ocurre cuando Dios salva al pecador.

“Y dijo José a sus hermanos: Yo soy José; ¿vive aún mi padre? Y sus hermanos no pudieron responderle, porque estaban turbados delante de él”. Génesis 45:3.

Me habría gustado estar presente en el momento cuando se produjo la reconciliación entre José y sus hermanos. Las palabras “yo soy José”, fueron dichas con sencillez pero su efecto fue devastador. Once hermanos delante de la segunda máxima autoridad del país de Egipto recibiendo una noticia totalmente inesperada. Diez de los hermanos sufrieron una carga de conciencia que les dejó turbados. Les cayó como bomba. No hubo escape y los hermanos se sentirían entre la espada y la pared. Seguramente tuvieron una mezcla de alegría y terror, de alivio y ansiedad, de satisfacción y sobresalto. ¿Qué haríamos nosotros en tales circunstancias? Para poder contestar, hagamos un rápido pasar a la historia pasada. Los hermanos tuvieron odio a su hermano menor y cuando él fue enviado por su padre para saber de ellos que estaban distantes de la casa con sus rebaños, aprovecharon la oportunidad para venderlo como esclavo a unos mercaderes, aunque en principio iban a matarlo. Los compradores le llevaron a Egipto y fue vendido como esclavo. Los hermanos tomaron la linda ropa de José marcándola con sangre y engañaron a su padre sugiriendo que estaba muerto debido a un ataque de un animal. Por veinte años vivieron con su mentira ocultada de su padre.

Entre tanto, José pasó por circunstancias muy especiales y al fin, fue ascendido para ocupar el puesto como él que tenía más poder en el país después de Faraón. Debido a una hambruna en el país, Jacob mandó a los diez hermanos a buscar granos en Egipto. No quiso mandar a Benjamín, hermano menor de José para que no le aconteciera una desgracia. José les trató con aspereza. Quiso que la conciencia hiciera su obra en ellos y que reconocieran la maldad cometida, pero no se dio a conocer. Volvieron la segunda vez con Benjamín, condición impuesta por José. Ya volvían a casa cuando fueron alcanzados por los enviados de José quien había creado la necesidad de hacerle volver. Ahora el momento llegó y la revelación que “yo soy José” les ha desarmado por completo. La situación les parecía mala en ese instante y piensan que van a pagar caro por lo que ha pasado recién cuando la copa de plata de José fue hallada en el saco de Benjamín, y por lo que hicieron veinte años antes. Hablan entre sí de estas cosas. ¿Pensarían en la amabilidad del que les había invitado a cenar? Ahora se hallan afligidos. No saben que también José se había sentido afligido antes de mandar a todos sus siervos a salir quedando él sólo con sus hermanos. No dijo, “Yo soy el que segunda a Faraón”. No dice, “yo soy el segundo más grande de Egipto”. Sino dijo, “yo soy José”. Se presentó como su hermano largamente ausente de los asuntos familiares.

En vez de alejarlos, les invitó a acercarse y les abrazó con ternura. Tiene que haber sido un momento de gran emoción. Toda esta historia tiene su aplicación a nosotros en el día de hoy. En primer lugar, Dios quiere darse a conocer al pecador como el gran perdonador. A través del sufrimiento de un inocente, (como fue Benjamín), se hizo posible la reconciliación. Cristo cual inocente sufrió por nosotros. Tiene su aplicación a nosotros que ya somos salvos, pues el Señor pronto va a darse a conocer en majestad y gloria. Se va a revela a sus redimidos, a los pecadores salvados por su gracia. Los que no son de Él estarán afuera sin participar de esa alegría tan inmensa. Pero los que somos del Señor sentiremos el calor de su abrazo, habiendo escuchado sus palabras que dan seguridad. Será una experiencia gozosa en extremo cuando ya conoceremos su gran corazón de amor en toda su plenitud. –DAJ

Lectura Diaria:
1 Cronicas 13-14 [leer]
/Ezequiel 14-15 [leer]
/Juan 5:1-23 [leer]