La sangre representa simbólicamente la vida de una persona. También la representa de manera tangible, pero bíblicamente la presencia de sangre no es indispensable para la identidad de un individuo, según la omnisciencia de Dios.

“Mi embrión vieron tus ojos” Salmo 139:16

En el embrión humano, el pequeño corazón comienza a latir al día 22 y la nueva sangre comienza a circular al día 24.  Sin embargo, si la vida está en la sangre, ¿significa esto que no había vida antes pues no había sangre que circulara? De ningún modo, pues el “soplo de Dios”, el “aliento de vida” –tal como la primera vez con el primer hombre: “y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7)– transforma un cuerpo inerte en un ser humano. En la creación del hombre, Dios concede a Adán –y más tarde a Eva– un alma al momento de infundirle el “aliento de vida”.

En la concepción este aliento de vida que hace que se constituya “un ser viviente” ocurre al momento de generarse el nuevo ser desde el punto de vista biológico, al momento de la concepción. Por cierto, sólo Dios conoce si ese embarazo llegará a término o no y David lo describe con estas palabras: “En tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas” (Salmo 139:16). En la presciencia de Dios, en su omnisciencia, en su libro, él conoce el futuro y lo que ese ser llegará o no llegará a ser.

Podemos definir la vida desde el momento cuando se ha iniciado un proceso irreversible de reproducción y diferenciación celular que, a no ser que medie una intervención externa, después de 38-42 semanas terminará en el nacimiento de un ser humano “nuevo” al mundo. A ése ser humano recién creado Dios infundió su aliento de vida y le conoce. Está vivo.

Si leemos con atención el relato bíblico de la concepción del Hijo de Dios, veremos que a los pocos días de concebido Jesús, su madre María viaja para estar tres meses con su parienta Elisabet. Notable, y muy esclarecedor resulta el hecho de que el pequeño embrión que se encuentra en María ya es “mi Señor” para Elisabet, tal vez sin sangre circulando aun en ese pequeño ser. Sin un corazón aún latiendo y sin circulación sanguínea este “Santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35), este embrión es ya el mismo Dios (!).

El autor cristiano Chris Rice escribió el precioso himno “Bienvenido a nuestro mundo” (Welcome to our world). El él describe el sentir del ser humano agradecido ante el Hijo de Dios recién nacido, con su fragilidad y hermosura. Entre sus líneas destacan las siguientes:

“Fuiste prometido, te hemos esperado; Bienvenido, Santo Niño.

Trae paz a nuestra violencia; Satisface nuestras hambrientas almas.

Frágil dedo, enviado para sanarnos; tierna frente, preparada para espinas.

Diminuto corazón, cuya sangre nos salvará; Santifícanos, Perfecto Hijo de Dios”

 

Que sea esta su oración. –rc

(Continúa)

Lectura Diaria:
Josué 18-19 [leer]
/Isaías 13 [leer]
/1 Tesalonicenses 4 [leer]