“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo ser pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” 2 Corintios 5:21

Pablo establece en 1 Corintios 5:7 que la sangre del Señor Jesucristo es una protección de la ira que destruye, tal como la sangre del cordero de la Pascua lo fue al israelita: “Porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros”. La ira destructora no contradice el hecho de que Dios es amor, y que en su Hijo también coexisten estas dos características: “Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; Pues se inflama de pronto su ira (Salmo 2:12). Más aún, se nos habla de la “ira del Cordero” (Apocalipsis 6:16). Si la muerte del Señor fue la forma directa de obtener nuestro perdón y protección de la ira que merecíamos, entonces verdaderamente hemos sido comprados –cuerpo, alma y espíritu– por la sangre de aquel que nos salvó, y pertenecemos a él. Esto no sería posible si la muerte de Jesús fuera el resultado solamente de la maldad de sus enemigos, es más que eso, está la voluntad de Dios comprometida en su muerte en la cruz. El Señor nos redimió, nos rescató por precio, nos compró a nuestro dueño, en este caso, el dueño era “la maldición de la ley” (Gálatas 3:13) tomando la maldición sobre sí mismo… en el madero. Esa era la manera de ser evidentemente maldito (!).

El pasaje del encabezado ha sido sistemáticamente mal comprendido y por ende mal enseñado en muchos círculos: se representa a un Dios Padre siempre enojado o airado siendo propiciado por el sacrificio de un Hijo siempre amante,  pero en la Escritura se nos representa siempre la expiación como la obra de Dios [“que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados…” (2 Corintios 5:19)], la expiación procediendo de su amor (Juan 3:16). Como hemos visto, el amor de Dios no es incompatible con su eterna oposición al pecado y Pablo ha mostrado que el pecado hace que el hombre sea al mismo tiempo un objeto de la ira de Dios, y un objeto del amor de Dios que busca salvarle de esa ira [“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8)]. Esto es lo mismo que ya ha dicho: “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Romanos 3:24-25).

La reconciliación es, entonces, la remoción de una barrera que existía en el lado de Dios, así como en el del hombre. Dios ha hecho una provisión para la reconciliación. Su demanda por su santidad ha sido satisfecha, propiciada, pero el hombre debe arrepentirse y cesar su antagonismo con Dios, y esto implica un cambio de corazón y de vida. El hombre debe ahora buscar el perdón de Dios o estará “recibiendo en vano la gracia de Dios” (2 Corintios 5:21). ¡Cuántos receptores en vano de la gracia de Dios hay en el mundo!

Dios, en una manera misteriosa, le hizo a él, nuestro Redentor sin pecado, nuestro Redentor impecable, identificarse con el pecado humano en orden tal que nosotros que éramos cualquier cosa menos limpios de pecado, pudiésemos ser identificados con su justicia, con su impecabilidad, con sus perfecciones. Pablo lo ha dicho: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo ser pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”  (2 Corintios 5:21). —rc

(Continúa)

 

Lectura Diaria:
1 Samuel 21-22 [leer]
/Isaías 61 [leer]
/Romanos 6:1-14 [leer]