Dioses ajenos… abundan en nuestra vida y cada día se nos aparecen. ¿Los reconocemos?

“Y en ningún otro hay salvación” Hechos 4:12

Nuestro trabajo puede constituirse en uno de ellos, o la remuneración a fin de mes pudiera devenir en un dios. Ajeno, impostor, usurpador. Salomón pone al trabajo es su lugar cuando escribe: “No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios” (Eclesiastés 2:24). ¿Qué es, finalmente? En aquello en lo que confiamos, en aquello que adoramos reconocemos finalmente al que es nuestro dios, independiente de nuestras palabras. El verdadero o el ajeno. Al Dios o al dios… ajeno.

El Dios de la Biblia establece el monoteísmo, y para el cristiano el monoteísmo es fundamental, pero no representa toda la historia. Sólo en Cristo llegamos a conocer al único Dios verdadero que se revela a sí mismo supremamente en su Hijo. El Cristo encarnado intensifica sin lugar a distorsión el monoteísmo verdadero y absoluto de la Escritura, cuando declara a sus discípulos: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Hay sólo un Dios… sólo un Salvador… sólo un Evangelio.

En Cristo aprendemos verdaderamente lo que significa cumplir el primer mandamiento: “Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Exodo 20:2-3). Sacados, rescatados, libertados, salvados. Que recordemos estas palabras cada día: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”

“Y, hermanos y hermanas, no debemos tenerlos (los dioses ajenos). Estas palabras, escritas al Israel de antaño, son para nosotros, para nuestra instrucción, y para que por la paciencia y consolación de las escrituras, tengamos esperanza” (Al Mohler).

–rc

 

Lectura Diaria:
2 Cronicas 5:6-11 [leer]
/Ezequiel 29-30:19 [leer]
/Juan 11:1-27 [leer]