Lucas abre sus relatos de las viudas, con una viuda en el templo, que permanece ahí de noche y día, y termina estas historias de las viudas con otra viuda en el templo. Una viuda que ofrenda “todo lo que tenía”.

“Levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. Y dijo: En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía” Lucas 21:1-4

 

En todos los relatos destaca la gracia de Dios. Se ve la gracia de Dios en Ana, al permitirle permanecer fiel, suplicar, servir, adorar y testificar. Luego en la viuda de Sarepta se manifiesta que la gracia de Dios es suficiente para cada tiempo de necesidad. En el capítulo 7 se evidencia la gracia en la resurreccion del hijo de la viuda de Naín, enseñándonos que nuestra propia muerte, en el Señor, jamás será olvidada sino que seremos levantados y unidos a los vivientes en su venida. En la 4ta escena somos llamados a orar siempre y no desmayar, confiando en la omnipotencia de Dios que, a diferencia del juez injusto que igual concede las peticiones por cansancio, nuestro Padre es muy misericordioso y compasivo.

La quinta escena nos muestra la respuesta apropiada de quienes han recibido una gracia de tales características: dar, de lo pobres que somos, todo lo que tenemos.  La viuda entregó todo lo que tenía. Dios nos dio todo lo que nos podía dar: “De tal manera amó Dios al mundo que dio su hijo unigénito” (Juan 3:16).

Esta última viuda destaca por “las riquezas de su generosidad”, siendo “muy pobre”. Su actitud individual es la misma que tenían los creyentes de las iglesias de Macedonia, como Pablo reconoce: “Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de Macedonia; que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos”  (2 Corintios 8:2). El pequeño relato de la “viuda de las ofrendas” nos habla del privilegio de participar en el servicio para los santos.

Este servicio, ya lo reconoció Salomón, nace de un corazón agradecido pues Dios no necesita nada de nosotros: “Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos” (1 Crónicas 29:14). Pero no de cualquier manera, antes se necesita una voluntad dispuesta: “Porque si primero hay la voluntad dispuesta, será acepta según lo que uno tiene, no según lo que no tiene” (2 Corintios 8:10).

Aprendemos que el Señor reconoce y valora lo que damos no por su valor absoluto, sino en función de lo que nos quedamos para nosotros mismos. Es por eso que “aquellos” –dice Jesús—echaron lo que les sobraba. Esto no tiene valor para Dios, así sea algo de magnitud aparentemente importante. Ella, la viuda del templo, no se guardó nada y, por lo tanto, “echó más que todos”. Su corazón era muy grande. No dio un millón ni diez millones. Ella dio todo lo que tenía.

Cabe la pregunta acá: ¿Cuánto estamos dando al Señor? ¿De lo que nos sobra? ¿Qué de nuestro tiempo, capacidades, dinero, intereses…?

La viuda de las ofrendas nos enseña que en vista de todo lo recibido, la única respuesta apropiada que podemos dar es todo lo que tenemos a Dios. El Señor aprecia lo poco que hacen los suyos, como David que reconoció y realzó el rol de los que se quedaron cansados en el arroyo de Besor, sin realmente haber hecho mucho (Lea 1 Samuel 30, el capítulo completo). El nos comparte de sus riquezas y nos participa de sus bendiciones, si bien nada hemos hecho en realidad. El día de la manifestación del Señor Jesucristo se aproxima. Despojémonos entonces del egoísmo y la mirada pequeña. Participemos en esa fiesta, construyamos con material noble, traigamos lino fino, limpio y resplandeciente al vestido de la novia, “porque el lino fino es las acciones justas de los santos” (Apocalipsis 19:8). –rc

Lectura Diaria:
Deuteronomio 28:1-37[leer]
/Amós 3-4 [leer]
/Lucas 14:1-24 [leer]