La reacción de la reina Sabá al darse cuenta de la grandeza de Salomón ha llegado a ser un refrán que varios han repetido al encontrarse frente a algo magnífico. “Ni la mitad de eso se me había dicho” exclamó. Hay cristianos que dicen lo mismo acerca de lo que tienen en Cristo Jesús.

 

“No ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, Efesios 1:16-17.

 

La visita de la Reina de Sabá a Jerusalén obedeció un deseo de conocer al famoso Rey Salomón, vastamente conocido por su sabiduría en el mundo de aquel entonces. El rey no solo compartía con la reina de Sabá las cosas de su vida diaria, sino también le incluyó en su servicio a Dios. En estas actividades ella descubrió lo que daba valor a todo lo que Salomón hacía. Cuando Salomón ofrecía sus sacrificios y holocaustos a Dios, él se identificaba con el animal que moría sobre el altar. Al hacerlo así, el rey se confesaba pecador. Se derramaba la sangre de una criatura inocente para que él, el culpable, pudiera vivir delante de Dios en libertad. La comunión con Dios era la fuente de toda su sabiduría, de su comprensión, y de su prosperidad. Salomón vivía, no para aprender y enseñar sabiduría, sino para servir y obedecer a Dios.

 

La reina de Sabá se quedó asombrada. Lo que había visto y escuchado era mayor que todo lo que había podido imaginar. “Verdad es lo que oí en mi tierra de tus cosas y de tu sabiduría” le dijo a Salomón. “Yo no lo creía, hasta que he venido, y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad. Es mayor tu sabiduría y bien que la fama que yo había oído”. Tan impresionada estaba que siguió diciendo que encontraba dichosos los siervos de Salomón que estaban en su presencia continuamente, y oían su sabiduría. Bendijo a Dios que había amado tanto a Israel que les diera aquel rey tan sabio, para gobernarlos bien. Además de agradecerle a Salomón con palabras, la reina de Sabá le dio regalos de valor incalculable. El oro que le regaló tendría un valor hoy de muchos millones. El rey, a su vez, le dio regalos aun más valiosos que los que ella trajo, pero el don mas valioso que recibió tenía un valor que no se puede calcular en dinero. De Salomón recibió el conocimiento del Dios verdadero, la fuente de toda sabiduría verdadera.

 

Esta reina aparece una vez más en las Escrituras cuando el Señor Jesucristo se refirió a ella durante sus años de ministerio público. Le nombró como ejemplo de una persona que no escatimó costo alguno para oír la sabiduría de Salomón y así condenó a los que tenían mayores oportunidades pero no se daban la molestia de aprovecharlas. La reina de Sabá nos muestra la importancia de hacer todo lo necesario para investigar y conocer la verdad. No sólo escuchó los rumores, sino hizo todo lo necesario para saber la verdad de las cosas en persona. Al descubrir que había mayor sabiduría que la que ella tenía, aprovechó la oportunidad para aprender y llegó a conocer a Dios personalmente. ¿Habría llegado a entender y conocer de verdad de la bondad de Dios? ¿Fue cambiado de verdad su corazón? Si esto no fuera la conclusión de su misión, habría sido un fracaso al final y esta mujer sería una figura trágica en vez de un ejemplo que imitar. Pero el hecho de que el Señor Jesús le cita como ejemplo nos demuestra que no fracasó, sino que era una mujer sabia, dispuesta a hacer cualquier sacrificio para llegar a ser más sabia. Salomón nos enseña en Proverbios l:7 que “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová”. Todos debemos tenerlo. (Historia basada en 1 Reyes 10:1-13. Concluida) — MER/DAJ

 

Lectura Diaria:
Génesis 35:1-29 [leer]
/Salmos 7:1-8:9 [leer]
/Mateo 19:16-20:16 [leer]