“…él (Jesús) también participó de lo mismo (un cuerpo humano), para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre”. Hebreos 2:14-15
La muerte es un mensajero desagradable. Día y noche, mes tras mes, año tras año, las muerte nos habla de que nuestra vida es finita, de nuestra brevedad y de nuestra incapacidad para modificar el dìa de mañana. Además, la Biblia nos recuerda que la muerte tiene sujeto al ser humano a una esclavitud de por vida. El poder de la muerte es su capacidad de producir temor y miedo. Este poder mantiene al hombre desesperanzado y en incertidumbre. Puede haber alegrías transitorias, pero al final del día la perspectiva cierta de la muerte aquieta las risas y estremece las almas. Entonces la pregunta de Job se hace real y presente: “¿Si el hombre muriere, volverá a vivir?” (Job 14:14). Entonces la realidad cierta de la condenación eterna se hace insostenible para el pecador no salvado.
Sin embargo, hemos leído que Jesús quitó a Satanás de ésta su arma más tenebrosa. Le desarmó irreversiblemente. La venida de Cristo hizo posible que todos los hombres pudiesen ser libertados de esta cautividad, de este temor. El que él se hiciera hombre nos da precisamente la razón por la cual él vino: no para ser servido, sino “para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28), para morir por nostros. El creyente en Cristo tiene ahora la vida eterna, la comunión eterna con Dios el Hijo y Dios el Padre, que es independiente de las temporalidades de esta vida. Al partir de este mundo el creyente pasa a la presencia del Señor, con el cual ya disfruta de comunión. El hombre teme a la muerte, mas ¡qué diferente la actitud de Cristo con respecto a su muerte!. Esta era un hecho cierto desde el momento mismo en que nació. Sin embargo leemos que él no temió a la muerte, sino que fue en pos de ella por amor de nosotros. Cuántas veces leemos en los evangelios que él “afirmó su rostro”, “se levantó”, “se adelantó”. Ante la expectativa de su captura, juicio y crucifixión, él fue siempre adelante, a enfrentar la muerte como nuestro sustituto, padeciendo por nuestros pecados, recibiendo el castigo en su cuerpo según la santidad y justicia divinas.
¿Sabéis quién es? Jesús,
El que venció en Ja cruz,
Señor de los ejércitos;
Y, pues, El sólo es Dios,
El triunfa en la batalla.
Desde esta perspectiva, entonces, la venida del Hijo de Dios constituye la liberación total para el hombre. Su nacimiento anuncia “libertad a los cautivos”, libertad del temor de la muerte, libertad de la condenación eterna. Este será el hombre que no temerá a la muerte sino que, más bien, le vencerá. Cristo nace en Belén, muere en las afueras de Jerusalén y liberta a los pecadores en todo el mundo, a los que en él creen. Si el temor más grande del hombre ya no está presente, ¿cómo desesperarse ahora por las circunstancias de la vida?. Si el Hijo nos ha libertado, entonces somos verdaderamente libres. ¿Tiene el lector temor de la muerte? Recuerde entonces que el Hijo de Dios vino para librarle y para darle vida eterna. “Todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:26). rc
Lectura Diaria: | ||
Nehemías 9:1-38 [leer]
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/Zacarías 5:1-6:15 [leer]
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/Apocalípsis 14:1-20 [leer]
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