Una muchacha israelita fue llevada cautiva del país de Israel por los sirios cuando el ejército bajo el mando de Naamán invadió el país vecino. La muchacha llegó a parar como sierva a la esposa de Naamán. Hemos imaginado como ella habría escrito algo sobre su experiencia en la casa del general Naamán. Sigue su supuesto relato. —
“Ésta dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra.” 2 Reyes 5:3.
No sé por qué siento que en esta casa hay una melancolía. A veces veo a mis amos conversando entre sí con aspecto muy serio, pero cuando yo entro, se callan. ¿Cómo pueden estar tristes personas que poseen tantas cosas lindas? Pienso que es porque no conocen al poderoso Dios nuestro, pues aun estando tan lejos como estoy de mis padres, y de mi país, mi Dios me ha dado la consolación y la fortaleza que necesito.
Un día descubrí la razón de la tristeza que existe en esta casa. Escuché a alguien decir, PERO… él es LEPROSO. ¡Qué horror! En mi país los leprosos tienen que vivir fuera de la ciudad. Es una enfermedad incurable, horrible, y que al fin lleva al enfermo a la muerte. Esto quiere decir que mi amo lleva dentro de sí la sentencia de la muerte. Con razón viven tristes y preocupados. Nunca he sabido de alguien que se haya mejorado de esta enfermedad. Sin embargo, hay un profeta en mi país que ha hecho milagros muy notorios. Él tiene este poder porque es siervo del Dios verdadero. Yo creo que él podría mejorar a Naamán de la lepra. No es correcto que yo sepa esto sin comunicárselo a ellos. Pero yo soy solamente una joven esclava. Las personas de importancia no escuchan a una mera sierva. No importa. Algún día y con la ayuda de Jehová les voy a contar acerca de este profeta.
Muy luego después de tomar aquella decisión, entré donde mi ama estaba y la encontré llorando. Empezó a contarme la pena que sentía a causa de la enfermedad de su esposo. Dijo que si no encontraba remedio, su marido iba a perder su posición en el ejército, pues no van a poder guardar más el secreto. La enfermedad va avanzando. Sin pensarlo dos veces, irrumpí con el deseo que abrigaba en mi corazón. “Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra” 2 Reyes 5:3. Vi como una luz de esperanza despertara en su rostro. Dijo ella que se lo iba a contar a su esposo.
Se lo contó, y sin perder tiempo, Naamán fue a contárselo al rey. Este se alegró
por la esperanza que vislumbraba en mis palabras. “Anda,” dijo. “Ve, y yo enviaré cartas al rey de Israel” v.5. Salió, pues, llevando consigo 340 kilos de plata, 70 kilos de oro, y diez mudas de ropas elegantes costosas. El rey de Siria apreciaba los servicios de Naamán, y si con regalos valiosos podía conseguir su mejoría, iba a hacer todo lo posible para que así fuera. Esta era en verdad una suma inmensa. Con sólo 68 kilos de plata, la quinta parte de lo que llevaba Naamán sin contar el oro, Omri, un rey de Israel, había comprado la colina donde se construyó la ciudad de Samaria. (1 Reyes 16:24). La carta que llevaba Naamán, además de presentarle a Joram, rey de Israel, expresaba el deseo de que él le sanara de la lepra. Lleno de esperanzas, Naamán se despidió de su señora y partió acompañado por algunos siervos fieles.
– Como en muchas situaciones en la vida, no se habían fijado exactamente en lo que la muchacha había dicho. Dijo que fuera al profeta, pero el rey mandó a Naamán a su par, el rey de Israel. En él, no había lo que Naamán necesitaba, es decir, necesitaba un mensaje de parte de Dios. (Continuará) MER/daj
Lectura Diaria: | ||
Levitico 9:1-24 [leer]
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/Salmos 109:1-110:7 [leer]
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/Marcos 1:21-45 [leer]
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