Esto es desconcertante. Los principales sacerdotes y escribas sabían exactamente dónde iba a nacer Cristo. Eran los teólogos, los sabios, la elite religiosa de Israel. Conocían tan bien la escritura como para citar Miqueas 5:2, que profetiza que el Mesías ha de nacer en Belén, y sin embargo se perdieron la Navidad.
¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino? Lamentaciones 1:12
El pueblo judío había estado esperando al Mesías desde la partida de Moisés (Deuteronomio 18:15), y estaban ansiosos por el libertador. Más aun, viviendo bajo la opresión romana, la nación entera esperaba por la manifestación de quien les libertaría, el Cristo, el Ungido. La intensidad de su anhelo es ilustrada por la respuesta a la predicación de Juan el Bautista.
¿Por qué los líderes religiosos pasaron por alto y se perdieron la Navidad? La respuesta es una sola: indiferencia. No les importó, tenían la ley, eran justos en su propia opinión, orgullosos y autosuficientes. Estaban confortables en su sistema ritual y conceptos teológicos que no tenían espacio para el Hijo de Dios ni le necesitaban. De hecho, tan pronto se inicia el ministerio público de Jesús se constituyeron en sus principales adversarios. No le quisieron. ¡Ni siquiera fueron a Belén por curiosidad! y se suponía que eran los principales interesados.
La indiferencia hacia las cosas de Dios es terrible, es una penosa condición. Aquí es contra el mismo Hijo de Dios. Esta misma actitud la vemos en muchos pretendidos cristianos el día de hoy que, conociendo la escritura, se consideran demasiado buenos como para recibir a Cristo. Muchos celebrarán la fiesta familiar de la Navidad a la manera del siglo 21 pero en sus corazones no hay respuesta ni interés para Cristo. No se oponen abiertamente, simplemente le ignoran.
No seamos indiferentes a la venida del Salvador. Antes, reconozcamos nuestra profunda necesidad de Dios y de su Hijo Jesucristo. Si no es salvado, recíbale como su salvador personal. –rc