Dios hizo una cosa muy grande con el pueblo de Israel al libertarlos de la esclavitud de Egipto. No obstante, pese a sus intenciones de obediencia y confianza, el pueblo no creyó a Dios y sistemáticamente dudaron de su cuidado y poder.

“Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho, haremos” Éxodo 19:8

 

El Éxodo de Israel es una obra de liberación tremenda. Dios lo resume en esta frase: “te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Éxodo 20:2). Este acto soberano y misericordioso de Dios se lleva a cabo en un pueblo que fue esclavizado por siglos en este país. Los hijos de Israel vieron el poder y la grandeza de Dios en forma muy especial (Éxodo 14:30-31). De forma maravillosa Dios dio pruebas más allá de cualquier duda, de que Él tenía el poder de cuidar a su pueblo: “Y el pueblo temió a Jehová y creyeron a Jehová”. Cuando Dios se aparece a Moisés, promete traerlos a la tierra “buena y ancha” (Éxodo 3:6), “a una tierra que fluye leche y miel” (Éxodo 3:17). En el cruce del Mar Rojo, da pruebas de que puede cuidarles. Israel debió recordar eso, pero a medida que continuamos leyendo en el libro del Éxodo nos damos cuenta que los hijos de Israel fallaron en confiar en Dios, que les había mostrado tal promesa y les había mostrado tal poder.

Constatamos que sólo tres días después del cruce del Mar Rojo “el pueblo murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Qué hemos de beber?” (Éxodo 15:24). Recién han alabado a Dios y han dicho cosas como: “Jehová es mi fortaleza y mi cántico, Y ha sido mi salvación. Este es mi Dios, y lo alabaré; Dios de mi padre, y lo enalteceré” (Éxodo 15:2), pero su conducta enseguida demuestra que las palabras dicen una cosa pero su corazón no está cerca de Dios.

Un mes después del cruce del Mar Rojo lamentan con gran desdicha: “Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud” (Éxodo 16:3). No creían que Dios podría llevarlos a la tierra prometida pese a que lo habían cantado poco antes.

En el capítulo siguiente el reclamo es aun más severo: “¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?” “¿Está, pues, Jehová entre nosotros, o no?” (Éxodo 17:3, 8). La duda, la duda permanente y persistente de un corazón caído frente a Dios. Dios lo sabe y lo pone de manifiesto cuando dice a Moisés: “¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre!” (Deuteronomio 5:28-29).

¿Cómo está su corazón frente a Dios? ¿Hay fe en su Palabra, en su provisión, en su promesa? –rc

(Continúa)

Lectura Diaria:
Deuteronomio 2 [leer]
/Eclesiastés 2:12-3:15 [leer]
/Lucas 6:20-49 [leer]