“La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres” Tito 2:11

La historia no ha terminado. Jesús tiene una palabra para los religiosos de su tiempo. El hijo mayor que se quedó en casa, este hijo tan correcto y cumplidor y, sin embargo duro de corazón, representa a los fariseos que intentaban limitar la gracia de Dios. Está perdido también, pero más cerca que el menor. Es el hijo de la buena conducta moral y de los méritos, que día a día recordaba sin palabras a su padre que el era “mejor” que su hermano insolente, malagradecido, disipador y perdido. Tal como al principio del capítulo los religiosos murmuraban porque Jesús recibe a los pecadores y con ellos come, el hijo mayor al enterarse del retorno de su hermano y de la fiesta que hay por su regreso toma una actitud ofendida y de reprensión a su padre por la misericordia desplegada. Los religiosos nunca vinieron a Jesús de una manera espiritual, sino más bien desde un pedestal juzgaban las obras de Cristo.

El hijo mayor estaba en el campo y “llegó cerca de la casa” (v. 25) mas no entró en ella. Oye la música y escucha de la gracia del padre pero la desecha. Es la actitud de los escribas y fariseos que están molestos con Jesús por su amor desplegado en la acogida de los pecadores y los necesitados. Al hijo mayor no le agrada este tipo de amor ni esta forma de entrada a la casa. El estima que tiene que costar mucho más y no se hará parte en el perdón ni el recibimiento de su hermano. Por lo tanto, si bien está cerca de la puerta de la casa, no entrará en ella. Tampoco entrará al reino de Dios, ni a la fiesta, ni a la comunión de los salvados por gracia.

Este hijo presume de haber cumplido la ley y los mandamientos de su padre completamente. Dice: “no te he desobedecido jamás” (v. 29). Acusa a su padre de ingratitud y de no compensarle por sus obras de justicia pues nunca ha recibido un pago, aunque fuera menor, por sus servicios tan fielmente prestados (“nunca me has dado” (v. 29)). Como todo religioso, el hijo quería y quiere ganarse la salvación por sus méritos. Establece rankings y se considera a sí mismo mejor que los demás y, por lo tanto, merecedor del favor divino. Quien piense así está muy equivocado pues la salvación depende del amor de Dios: “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3:4-5).

 

Lectura Diaria:
1 Samuel 25 [leer]
/Isaías 63:15-64:12 [leer]
/Romanos 7:7-25 [leer]