“No estimó el ser igual a Dios” Filipenses 2:6

 

Ayer estudiábamos brevemente acerca de un hecho que constatamos muchas veces en la Biblia cuando ésta expresa, con relación a Dios, actos o reacciones que son propias de la naturaleza humana. Es una expresión metafórica donde los atributos de los humanos se le confieren a Dios con el fin de entenderlo. Por ejemplo, podemos leer en el Génesis “Jehová descendió para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres” (Génesis 11:5). No es que Dios necesitara viajar desde el cielo para darse cuenta de lo que ocurría en la tierra. Más bien es un recurso que Dios emplea para acercarse a nosotros de tal manera que le podamos comprender sin ninguna confusión o duda respecto de qué es lo que quiere decir o lo que ordena en su palabra, para que notemos su afán en buscarnos y rescatarnos.

Pero a la luz de la escritura vemos que el antropomorfismo es llevado a su máxima expresión en el hecho de que el Dios eterno se hace hombre y nace como tal: “Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre” (Lucas 2:7, ver también 1 Timoteo 3:16). No es un disfraz ni un maquillaje. Es Dios encarnado, manifestado en carne, glorioso como Dios, todopoderoso y omnisciente; frágil como hombre, sujeto a sus vulnerabilidades y a la muerte.

En el Verbo encarnado vemos la consumación del deseo de Dios de acercarse de tal manera que se hace como uno de nosotros. Dice Juan en su evangelio que aquel Verbo “habitó entre nosotros” (Juan 1:14). Una realidad tangible para todos quienes le rodearon, a tal punto que nadie jamás dudó de su humanidad. Sus obras y sus palabras atestiguaron que era el Hijo de Dios: “manifestó su gloria” (Juan 1:49, 2:11), pero su apariencia  humana “sin atractivo para que le deseemos” (Isaías 53:2, Mateo 13:55) hizo que la fe tuviese que ser el motor para creer en él, y no las evidencias externas ni los milagros.

Tal semejanza de hombre puede confundir al ser humano, puede hacerle equivocar el foco con respecto al Hijo de Dios, como dijeron en la sinagoga: “¿No es éste el hijo del carpintero?” (Mateo 13:55). Conocían su oficio familiar, su familia, su casa y creyeron que conocían quién era él realmente por lo que sus ojos veían, prejuiciados a no creerle. El mismo Dios en el antiguo testamento denuncia esta actitud equivocada y fatal del hombre: “Estas cosas hiciste, y yo he callado; Pensabas que de cierto sería yo como tú; Pero te reprenderé, y las pondré delante de tus ojos” (Salmo 50:21). La advertencia y el juicio de Dios vienen enseguida: “Entended ahora esto, los que os olvidáis de Dios. No sea que os despedace, y no haya quien os libre” (Salmo 50:22). ¿Es esta advertencia aplicable al lector?, ¿Piensa que Dios es como usted, que de repente ve, o de repente no ve lo que ocurre? ¡Cuidado con confundirse! Recordemos al salmista: “Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino. Pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todos los que en él confían” (Salmo 2:12). rc

(Continúa)

Lectura Diaria:
Jueces 19 [leer]
/Isaías 37:8-38 [leer]
/1 Corintios 15:1-34 [leer]