“Entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” Mateo 4:17

Probablemente todos estaremos de acuerdo en que la esencia misma consciente de Dios permanece imperturbable e inalterable por cualquier cosa que él ha creado. El no se asusta, no es sorprendido o hallado desprevenido. En la Escritura, no obstante se representa a Dios con emociones que son típicamente humanas: amor, odio, gozo, dolor, arrepentimiento y otras semejantes. Tales afirmaciones son otra vez expresiones analógicas desde una perspectiva humana. Sin embargo el caso del amor es un poco diferente pues sabemos que “Dios es amor” (1 Juan 4:8). Debemos, eso sí, necesariamente entender que este amor es infinitamente más puro, más intenso, más santo que lo que como hombres jamás llegaremos a comprender. Si amamos, es porque tenemos algo de esa imagen del amor de Dios en nosotros.

Cuando en la Biblia se dice que Dios se arrepiente o es ofendido o que está celoso, significa sólo que él actúa hacia nosotros como un hombre lo haría si se viera agitado por tales pasiones producto de sus circunstancias, para nuestra comprensión de su santidad y su justicia, y de lo que deberíamos recibir como consecuencia. Lo anterior es frecuente en el antiguo testamento en los libros de poesía y profecía. Con el verbo encarnado en Jesús de Nazaret la naturaleza divina se unió indisolublemente con la naturaleza humana (Juan 1:14), de tal manera que ahora las afirmaciones de sufrimiento, regocijo, dolor, amor y otros ya no son tan metafóricas y pasan a ser semejantes a las nuestras. De esto se trata precisamente la encarnación: “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos” (Hebreos 2:17, leer versos 9-18). El pasa a ser uno de nosotros que no es que no nos haya comprendido antes, pero ahora no nos quedan dudas a nosotros de que sí nos entiende a cabalidad: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15).

Ah, el amor de Dios que le lleva a decidir revelarse a sí mismo a individuos finitos, caídos y pecadores. Lo hace como un ser infinito, eterno y santo mas lleno de amor. Al hacerlo, tuvo que acomodarse a sí mismo al lenguaje humano, a sus emociones y objetos como consecuencia de nuestra limitada percepción. Las analogías que hemos estado considerando con el nombre técnico de antropomorfismos son formas de genuina revelación divina que encontramos en La Biblia. Debemos apreciar en nuestra mente y corazón este hecho, contando para ello con la imprescindible ayuda de este mismo Dios eterno, el hecho de que él en un acto soberano de su voluntad participara de la esfera humana. No olvidemos nunca, eso sí, que no somos nosotros el objeto último de su entrada a este mundo sino que su gloria es el objetivo principal en la creación, así como en la encarnación y en su muerte vicaria. Con razón Pablo el apóstol termina la epístola a los romanos con la expresión: “Al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre.” (Romanos 16:27). Reciba el amor de Dios creyendo en el Señor Jesucristo. rc

Lectura Diaria:
Jueces 21 [leer]
/Isaías 40 [leer]
/1 Corintios 16 [leer]