Hemos considerado brevemente el sentido que tenía el día sábado, o día de reposo, para el pueblo de Israel y el mensaje que estaba implícito en su observancia. Sigamos meditando en el principio que hay detrás de él.

“Queda aún un reposo para el pueblo de Dios” Hebreos 4:9

La iglesia no celebra el día de reposo. No tiene para qué, pues es una ordenanza en cierto sentido obsoleta. No obstante, los principios que dan origen a su ordenación fueron y son plenamente vigentes, pues era una figura del Cristo que había de venir. La recordación de la muerte de Cristo, comer el pan y beber de la copa, ése es el mandato de la iglesia (Colosenses 2:16-17). Al principio nos preguntamos si antes se era más estricto con algunas reglas, cualesquiera fueran éstas. Yo recuerdo algunas, si bien no escritas: Ej. “el día del Señor no se sale de paseo”, “en el día del Señor no se hacen fiestas de cumpleaños”, ¿Estaba bien?, ¿Estaba mal?. Entendemos en la Escritura que el propósito del día del Señor, el domingo, no es descanso, es mayormente acerca de la adoración, de reunión con los hermanos creyentes, de ser confrontados por la predicación de la palabra de Dios, de recibir instrucción mutua, de disfrutar de “la mesa del señor”, y “la comunión de los santos”, de estar ocupados en Él.

Luego, el día del Señor no es sólo la Cena del Señor. El día del Señor mira hacia atrás, hacia la cruz y su muerte y obra terminada. Mira también hacia el futuro, hacia el reposo que viene cuando estaremos con Él y ya no habrá más trabajos (“descansarán de sus trabajos”). No habrá más evangelismo, no más misiones, no más obras de caridad hechas en nombre de Cristo, no más beneficencia cristiana. Todo estará bien, toda lágrima enjugada, toda pena pasada. De niños cantábamos en la Escuela Dominical: “Dolores olvidados, sombras allá no habrá; Lucha y dolor pasados, ¡Oh!, ¡que gran día será!”.

Entonces, observamos el día del Señor no dejando de congregarnos, alabando, cantando, edificándonos, proclamando su vida. El énfasis no es en lo que no debemos hacer el día del Señor sino en lo que debemos hacer. En este día de manera especial debemos prepararnos para el descanso eterno, para la eternidad. En la cristiandad actual –¿entre los creyentes?– el día del Señor tiene una no-observancia. Ha sido marginalizado, traicionando su significado, vulgarizado. Leer el 4to mandamiento nos confronta no con guardar el sábado sino con quebrantar el día del Señor. Guardar el día del Señor es mucho más pertinente para la Iglesia que guardar el sábado para Israel. ¡Cuán pálido se ve nuestro compromiso con el día del Señor!. No es una imposición, sino la instancia central de reunión y adoración cristianas. ¿Hay cosas que no debemos hacer en el día del Señor? – todo lo que nos impida la adoración, lo que nos robe la prioridad de la adoración. Lo que esté en nuestra mente que debamos hacer después de adorar… eso es lo que está de más. Probablemente cuando fuimos salvos por gracia no teníamos idea real del descanso que el Señor del día de reposo había obtenido para nosotros. Ahora lo conocemos y, pues, honrémoslo recordándole como a Él le agrada, en la perspectiva del reposo final. —rc

Lectura Diaria:
Esdras 5 [leer]
/Daniel 6 [leer]
/Apocalipsis 2:1-17 [leer]