Santas palabras de nuestra fe,

Traídas de arriba hacia esta edad,

Vinieron a nosotros con sacrificio,

Oh, las fieles palabras de Cristo escuchad.

Santas palabras preservadas desde antiguo,

En este mundo para nuestro andar,

El corazón mismo de Dios en ellas resuena,

Oh, que estas antiguas palabras nos enseñen, dejad.       — Ronnie Freeman Jr.

 

Dios ha hablado, y si Dios ha hablado, debemos confiar. “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Timoteo 4:16) y debemos defender su autoridad y perfección. ¡Son las palabras de Dios! Somos responsables de oírlas, enseñarlas y cumplirlas. Son palabras dignas de toda aceptación y crédito por parte nuestra. Las palabras humanas son dependientes del contexto, la madurez de quien las enuncia, su limitado conocimiento en el momento, y el contexto en el cual se desenvuelve. No podemos confiar en las palabras del hombre mas tenemos toda confianza en las palabras de Dios. La Biblia no es un libro que dice cosas ciertas acerca de Dios. La Biblia es la palabra de Dios.

Si Dios ha hablado, confiamos en su palabra porque confiamos en él. Desconfiar de ella es desconfiar de Dios mismo. Al final el autor de estas palabras es quien sostiene la fe del corazón dubitativo. Sabemos quién habló y nuestras dudas desaparecen. No haya desconfianza de nuestra parte en la misma palabra de Dios. Ella es nuestra esperanza para esta vida y para la venidera.

Dios nos manda que hablemos sus palabras. El pasaje de Deuteronomio es muy claro al respecto. Para nosotros implica que si el cristiano ha oído la voz de Dios entonces su voz debe ser también oída. El creyente no se pregunta qué debe hablar o enseñar pues tiene las palabras de Dios, palabras que oyó desde el fuego y sobrevivió. En antiguo fue en Horeb, en el presente ha sido por el Hijo (Hebreos 1:1). El Hijo es la palabra, el verbo, la revelación última de Dios.  Dios no tiene nada más que hablarnos cuando envía a su Hijo. Las palabras habladas en Horeb produjeron temor y corazones dispuestos a oírlas y a ponerlas por obra. Las palabras que hemos oído nosotros tienen el mismo poder, la misma autoridad, el mismo fuego. En el monte Sinaí el milagro de Israel fue escuchar la voz de Dios desde el fuego, y sobrevivir. Israel oyó al verbo (logos) de Dios desde el fuego y sobrevivió. Nosotros podemos ahora conocer al Verbo (logos) de Dios encarnado, y ser salvos. ¡Qué preciosa analogía! Al igual que los antiguos podemos escuchar al que es la Palabra (Juan 1:1) y ser salvos también. Que podamos poner atención, diligencia y presteza a lo que hemos visto y oído, para nuestra salvación y bendición. rc

Lectura Diaria:
2 Samuel 16-17 [leer]
/Jeremías 1 [leer]
/Gálatas 3:15-29 [leer]