“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” Mateo 5:16

Al mirar la ley y el evangelio comprendemos que hay dos pactos diferentes, pero un mismo Dios redimidor, que es constante. La Biblia enseña que la ley se hizo necesaria por el pecado. Antes de la caída Adán y Eva no necesitaban mandamientos, pues la ley de Dios estaba perfectamente escrita en sus corazones y la cumplían sin esfuerzo, naturalmente. No era necesario su poder preventivo. No obstante, después de la caída necesitamos desesperadamente una ley escrita que pueda ser conocida, si bien antes de la ley había ley, El pasaje del Génesis es muy decidor: “Oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Génesis 26:5). ¿De qué ley está hablando Dios? Este pasaje es del Génesis, muchos siglos antes del Sinaí.

Los pueblos paganos en la tierra de Canaán estaban rodeados de confusión acerca de las demandas que exigían sus dioses. O bien sacrificaban sus niños al Moloc, o derramaban sangre humana a Baal (1 Reyes 18:26-29). Otras deidades paganas eran adoradas en cultos llenos de inmoralidad. ¿Qué va a demandar este Dios que se hace llamar “YO SOY”? Israel en su momento entró en Egipto en unas pocas familias con el patriarca Jacob de edad avanzada. Cuatro siglos después sale hecho toda una nación, libertados por un Dios del cual no conocen mucho. Ellos no saben cómo han de agradar a este Dios poderoso, pero este Dios, el único verdadero, decide hablarles y comunicarles que él demanda obediencia de su pueblo. No les pedirá que sacrifiquen a sus niños sino que obedezcan a sus mandamientos.

En el día de hoy la iglesia mira a la ley en la dualidad de la expectativa y el cumplimiento. En la expectativa de cumplirla nos muestra que somos pecadores incapaces, continuamente transgrediéndola y fallando ante las exigencias de Dios (Romanos 7:7). Entonces anhelamos ser salvos pues por nosotros mismos no podemos justificarnos. ¿Quién puede salvarnos? Jesucristo. Así, en su condena hacia nosotros la ley apunta a Cristo.

También la iglesia debe mirar la gracia que hay en la ley, en cuanto a que al guardarla hay promesa de felicidad, prosperidad y bendición. Dios manda guardarla y eso es posible (Deuteronomio 30:11). De vuelta al Sinaí podemos ver, como escribe Albert Mohler, que en realidad las diez palabras de Dios son “palabras de gracia y ley dirigidas a la nación escogida de Dios”.

El nuevo pacto conlleva una nueva ley –la ley de Cristo– y un nuevo corazón gracias a la obra de Jesucristo. Esta es la ley antigua perfectamente cumplida en él y en su obra finalizada. Recordemos sus palabras tantas veces dichas en el monte: “Oísteis que fue dicho… pero yo os digo”. El es el cumplimiento y el sentido de esa ley. Luego, no estamos bajo la ley de Moisés ahora, pero eso no significa que no somos más enseñados por ella. Juan escribe: “La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17). El legislador del Sinaí fue Cristo, el cumplidor de esa ley es Cristo, los cristianos estamos ahora bajo la ley de Cristo, mas somos enseñados por la ley del Sinaí. ¿Cómo está nuestro aprecio por la ley de Dios? Es un todo armónico que nos enseña, reprende, exhorta y santifica. Recibámosla con corazones dispuestos y agradecidos. rc

Lectura Diaria:
2 Samuel 19:9-43 [leer]
/Jeremías 3:6-4:2 [leer]
/Gálatas 4:21-5:9 [leer]