La primera semana de Juan nos muesdtra a Jesús cambiando para bien las vidas de los que le reciben.

“Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea” Juan 2:1

 

En los tres días finales de la primera semana del evangelio de Juan, Jesús “manifestó su gloria” y, en consecuencia, “sus discípulos creyeron en él” (v. 11). Ayer veíamos cómo el Señor Jesús transforma los hogares a los cuales se le deja entrar, mas no como un invitado ocasional o de fin de semana, sino más bien como el Señor, como aquel que tiene todo el derecho y la soberanía. Él bendice y proporciona de su poder y bendiciones a aquellas familias que le reconocen como el Salvador. También en este relato Jesús deja en claro su autonomía y autoridad.

Es que el hombre vive su vida diaria y pública en función de agradar y ser agradado. Cambia de opiniones y es condescendiente cuando se trata de obtener algún resultado que le interese. Jesús no fue así. En el relato de las bodas de Caná queda de manifiesto que nada hará cambiar al Salvador el objetivo de su venida, la “hora” para la cual ha venido a este mundo. Ni siquiera los pretendidos vínculos familiares podrían desviar al Hijo de Dios de su voluntad superior. El no ha venido a hacer la voluntad de ningún ser humano ni ha venido a hacer la voluntad de su madre: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” es su declaración desde el antiguo testamento (Salmo 40:6-8, Hebreos 10:9). Siempre me ha llamado la atención la valentía y firmeza de Jesús con aquellos que intentaban adularle: “Yo no recibo testimonio de hombre alguno” (Juan 5:34), y “Gloria de los hombres no recibo” (Juan 5:41). ¡Cómo se confundieron y se confunde el hombre con el Hijo de Dios! Pensamos que es como uno de nosotros, pensamos que razona como nosotros y que, por lo tanto, puede ser influenciado como uno de nosotros. Nos comprende, pero no es como nosotros pues no hay pecado en él (Hebreos 4:15), “no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5).

En este día último de la semana que hemos venido considerando brevemente Jesús se nos presenta como el soberano Señor, firme e independiente de las influencias humanas, mirando hacia delante a la obra que había venido a realizar. Siempre perfecto, siempre sujeto y obediente a la voluntad del Padre. Así mismo será con el juicio del pecador, mandatado por su Padre (Juan 5:27, 30). ¿Piensa el lector que por sus obras, buenas acciones, o méritos personales obtendrá el favor del Hijo de Dios?  Mire a aquel que fue del agrado pleno del Padre, a quien que fue a la cruz cuando llegó su hora y en ella llevó los pecados suyos y murió por ellos. Crea en el único que tiene autoridad sobre las cosas materiales y autoridad de hacer juicio. Crea en el Salvador. –rc

 

Lectura Diaria:
Génesis 44:1-34 [leer]
/Salmos 22:1-31 [leer]
/Mateo 25:31-46 [leer]