Siglos después de que Dios declarara que Abraham “oyó mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Génesis 26:5) Dios entrega la ley escrita al pueblo de Israel a través de Moisés. Lea acerca de esto.

“Y apartándose el impío de su impiedad que hizo, y haciendo según el derecho y la justicia, hará vivir su alma” Ezequiel 18:27

Israel, emancipado de Egipto es llevado al Sinaí donde Dios les da sus mandamientos. La ley decía “Haz esto y vivirás” y comprendía la ley moral y la ley ceremonial. Sin embargo, hay que decir de nuevo que el creyente del Antiguo Testamento era salvado del mismo modo por la gracia pues al fallar en la ley moral echaba mano de la ley ceremonial que, cual sombras del Calvario, requería del sacrificio de una víctima inocente. Los símbolos del día de la expiación son muy potentes: dos machos cabríos, uno era muerto por los pecados del pueblo –llevaba el pecado– y el otro era llevado al desierto donde no era jamás encontrado –quitaba el pecado– y nunca más entonces serían recordados los pecados expiados (Levítico 16). Esto es gracia de parte de Dios, sin duda alguna. El período abarca desde Moisés hasta la muerte de Cristo, el Cordero de Dios que lleva y quita  [αἴρω] el pecado del mundo (Juan 1:29) y comprende desde Éxodo 18:28 hasta Hechos 1:26.

Este código que llamamos la ley mosaica consiste en seiscientos trece mandamientos que regulaban todas las fases de la vida y de las actividades humanas. Esta ley revela con detalles específicos la voluntad de Dios y el pueblo era responsable de hacer todo lo que estaba en ella (Santiago 2:10). Ahora bien, sabemos que no lo hizo (Romanos 10:1-3) y como resultado hubo muchos juicios a través de ese largo período. Es frecuente leer que “los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová” por lo cual Dios los entregaba a diversos pueblos que les oprimiesen hasta que recapacitaran (Jueces 2:11; ver 3:7, 6:1, etc.). Finalmente “las diez tribus fueron llevadas cautivas a Asiria; las otras dos fueron llevadas cautivas a Babilonia y después, debido a su rechazo a Jesús de Nazaret, el pueblo fue dispersado a través de todo el mundo (Mateo 23:37-39). Durante todos esos períodos de decadencia y alejamiento de Dios, el Señor trató con ellos en gracia desde la primera apostasía con el becerro de oro, cuando la ley estaba siendo entregada a Moisés, hasta las promesas del recogimiento final y la restauración en la edad milenaria que está por venir” (Ryrie).

Estas promesas de un futuro glorioso están garantizadas por la seguridad de la promesa dada a Abraham, que la ley no puede abrogar (Gálatas 3:3-25). También se nos dice claramente en el Nuevo Testamento (Romanos 3:20) que la ley no era un medio para la justificación, sino para la condenación y por medio de la incapacidad que pone de manifiesto, “para llevarnos a Cristo” (Gálatas 3:24).

La crucifixión de Cristo satisfizo todo lo que la ley moral exigía y lo que la ley ceremonial simbolizaba. En ese momento preciso de la muerte de Jesucristo, Dios rasgó el velo del templo (Mateo 27:51) y declaró en los hechos que todo el sistema levítico y mosaico estaba obsoleto. Se inauguraba una nueva dispensación, un nuevo período en el que Dios irrumpe en la historia con una nueva forma de tratar con los seres humanos: la edad de la Iglesia. –rc

(Continúa)

Lectura Diaria:
Levitico 3:1-17 [leer]
/Salmos 102:1-28 [leer]
/Hechos 26:1-18 [leer]