Ya terminando nuestro estudio de las dispensaciones, prosigamos considerando acerca del principio de la eternidad, según la Biblia nos revela.

“Y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios” (Apocalipsis 21:10)

En la morada de Dios en los cielos ya habitan las huestes angélicas y los fieles del Antiguo Testamento, “los espíritus de los justos hechos perfectos” (Hebreos 12:23). Esta es la esperanza que hubo en Abraham y en otros que, “como extranjeros y peregrinos sobre la tierra” anhelaban esta patria “mejor” (Hebreos 11:16). Cuando la Nueva Jerusalén desciende del cielo, es la ciudad a la cual todos los creyentes serán traídos en su glorificación. Ahí también está la “desposada”, la Iglesia, como vimos siendo la realidad de esta ciudad como una ciudad física y también simbólica como representación de la iglesia redimida. En el estado eterno esta ciudad es la metrópolis del universo y todo poder y autoridad emanan de ella. Parece natural que los creyentes de la antigüedad y los de después de la tribulación y del milenio tengan la tierra como su morada eterna, una “heredad” (Daniel 12:13) mientras que la ciudad celestial, suspendida entre el cielo y la tierra y comunicada ampliamente con ella, será el lugar de habitación de la Iglesia de Cristo. El mismo Señor, con su cuerpo humano glorificado residirá allí, juntamente con ella.
Entonces, el deseo del creador de habitar con los hombres será cumplido sin las limitaciones impuestas por su humillación. Podremos escuchar sus palabras directamente, sus enseñanzas y su sabiduría, lo que hoy apenas comprendemos de la Sagrada Escritura. Sabremos presencialmente cómo es Él, comprenderemos todas las figuras presentadas en la Biblia que hablaban veladamente acerca de sus incontables atributos perfectos. Así como cuando los discípulos caminaban tristes y cabizbajos a Emaús sintieron sus corazones arder al escuchar de labios del mismo Señor lo que la escritura declaraba de él mismo en la ley, los salmos y los profetas (Lucas 24:13-32), los creyentes, por la eternidad sentiremos nuestro corazón arder de gozo inefable al oír su voz y estar con nuestro Salvador.
“No habrá allí más noche” (Apocalipsis 22:5). La luz del estado eterno, de la nueva Jerusalén, de la morada de Dios, no es natural como la que proviene del sol, ni artificial como de una ampolleta pues lo que es de manufactura humana es inútil en el reino celestial. Los creyentes experimentaremos en plenitud lo de “yo soy la luz del mundo” (Juan 8:12). La noche es el tiempo cuando se descansa del trabajo y nos recuperamos para tomar nuevas responsabilidades. En aquel bendito estado nunca estaremos cansados: “En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre” (Salmo 16:11).
“Su nombre estará en sus frentes” (Apocalipsis 22:4). Le representaremos de un modo perfecto. Su nombre inscrito en nuestras frentes dará testimonio de la infinita suficiencia de nuestra salvación. Estamos en esa posición porque llevamos el nombre del Rey.
“Verán su rostro” (Apocalipsis 22:4). Esto indica perfecta comunión. Ver su rostro implica una comunión con Él tan íntima y cercana. Veremos aquel rostro que fue desfigurado más que el de cualquier otro hombre (Isaías 52:14), ahora radiante de gloria. Hubo uno que señaló: “Lo miraré, mas no de cerca” (Números 24:17) y se perdió. No es así con los salvados en aquel bendito estado. Perfecta y continua comunión con el Salvador. –rc
(Continúa)

 

Lectura Diaria:
Rut 3-4 [leer]
/Isaías 43-44:5 [leer]
/2 Corintios 3-4:6 [leer]