La historia termina y comienza el nuevo estado, un estado distinto y sin recuerdo del antiguo mundo. Una maravilla digna de ser esperada y vivida.

“Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento” Isaías 65:17

Concluimos este estudio acerca del dispensacionalismo o dicho de otra manera, de esta mirada panorámica acerca de los tratos de Dios con el hombre a lo largo de la historia. Se reconocen en ella varios períodos distintos con características específicas, con “reglas de la casa” determinadas y con alguna exigencia particular de Dios para que el hombre la cumpla y así hacer su voluntad de manera completa. Hemos visto cómo a lo largo de la historia el hombre fracasa una y otra vez, y cada período termina con un juicio dando paso a una nueva época. En cada dispensación hay una verdad o atributo acerca de Dios que destaca por sobre los demás, manifestándose como hilo conductor a lo largo de los siglos la gracia de Dios, que salva al hombre que confía en él a pesar de su fracaso.

Vez tras vez el ser humano se encuentra frente a la alternativa de obedecer a Dios, de creer a Dios y de hacer su voluntad, y vez tras vez este falla. Sin duda, todas las tratativas de Dios con el hombre antes de la venida de Jesucristo tenían como propósito el preparar la conciencia y los corazones humanos a la manifestación del Salvador del mundo, del Cordero de Dios que carga el pecado del mundo (Juan 1:29). Venido Cristo, es ahora claro para el hombre que su sola exigencia, mandato y deber es creer, creer solamente (Marcos 5:36). El período de la Iglesia termina con el juicio sobre el mundo que es conocido como La Gran Tribulación, que ya vimos hace algunas semanas, para en seguida inaugurarse una nueva dispensación, la del Milenio. Esta también termina en un juicio, que consiste en la destrucción final de los rebeldes impíos, si bien nacidos en las mejores condiciones que la humanidad haya conocido jamás, pero que manifiestan su pecado intrínseco al pretender subir contra la ciudad del Rey.

En seguida ocurre el juicio del gran trono blanco, luego del cual se inicia la eternidad. En sí misma la eternidad no puede ser una dispensación pues ya está “sosegada toda tempestad”, en palabras de G.M.J Lear. El hombre ya no está a prueba, no hay un juicio al final pues no habrá final. Sí estaremos los creyentes en la presencia del Señor, muy activos en la obra de su reinado celestial/terrenal. Ya solo habrá gozo perdurable en comunión con el Señor Jesucristo, en lo que se ha llamado el estado eterno. Un estado de gracia y bendición perdurable, en comunión perfecta con el Dios-Salvador y con los salvados de todas la edades. Con el fin de una era de la cual ya no se tendrá más memoria se establece un nuevo comienzo: “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último” (Apocalipsis 22:13). “Y cuando en Sion por siglos mil, brillando esté cual sol, yo cantaré por siempre allí, su amor que me salvó”. El futuro se desvanece hacia adelante en la eternidad sin fin, ya la historia ha sido reescrita definitivamente por su autor. –rc

 

“No sé decir cómo a los pueblos todos, los tomará por santa posesión; satisfaciendo todos los anhelos, del mundo entero toda aspiración.

Más esto sé: todos verán su gloria, Él segará su tan gloriosa mies; y un día alegre resplandecerá el sol, El Salvador del mundo nos traerá el bien”

 

“No sé decir como la tierra entera, ya sosegada toda tempestad; ha de adorar con júbilo profundo, lleno su corazón de caridad.

Más esto sé: que vibrarán los aires de extasia y cánticos diez mil; Responderá la tierra a los del cielo que el Salvador del mundo es Rey al fin, al fin”

—G.M.J. Lear

Lectura Diaria:
Rut 3-4 [leer]
/Isaías 43-44:5 [leer]
/2 Corintios 3-4:6 [leer]