Cuando Dios creó al hombre en un principio, le hizo semejante a Él como dijera: “hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. En esta condición la raza humana habría continuado con vida sin ningún temor a la muerte. Pero el pecado entró y ahora cada ser humano tiene que pensar en la muerte y más allá de ella.

 

 

“Le has hecho (al hombre) poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; Todo lo pusiste debajo de sus pies” Salmo 8:5-6

 

El salmista consideró los cielos, la luna y las estrellas que Dios había creado. Se maravilló. Luego volvió su atención al hombre, la obra maestra de la creación y preguntó: “¿Qué es el hombre, para que tenga de él memoria, y el hijo del Hombre, para que los visites?” Salmo 8:4. En los versos que siguen, el salmista reconoce lo que Dios mismo había hecho y dicho cuando creó al primer hombre, Adán. No hubo mancha en toda la creación; y el hombre creado no fue una excepción en esta obra divina. Al contrario, constituye un tributo eterno a la omnipotencia y a la omnisciencia de Dios. Sin embargo, no iba a quedarse en esta condición inicial debido al pecado de desobediencia de Adán.

 

Los dos primeros capítulos de la Biblia narran los orígenes del hombre y de cuantas cosas existen. En cuanto al hombre, notemos siete cosas, que son: su Personalidad, su Carácter, su Intelecto, su Morada, su Poder, su Satisfacción y su Vida Espiritual. En Génesis 1, tenemos el cónclave divino, los participantes siendo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dijeron: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza;… Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” Génesis 1:26-27. Dios creó al hombre con Personalidad. ¿En qué sentido? El Apóstol Pablo dijo a los Tesalonicenses: “el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” 1 Tesalonicenses 5:23. El ser completo está compuesto de tres partes; espíritu, alma y cuerpo. El espíritu hace al hombre consciente de Dios y en esta esfera puede tener comunión con Él. El alma hace al hombre consciente de sí mismo, pues ella es la sede de sus afectos y de su voluntad, y el cuerpo le hace consciente del mundo en derredor.

 

El cuerpo es la parte del hombre exterior. El espíritu y el alma juntos constituyen el hombre interior. El espíritu es la sede del ser intelectual como una entidad distinta. El alma es la sede de la naturaleza emocional del hombre. El espíritu y el alma no se separan nunca. La Escritura los distingue, pero no los separa. De manera que todos los hombres como creados por Dios, son semejantes a Él en el sentido de ser una trinidad; espíritu, alma y cuerpo. Nadie desconoce que la condición óptima en que fue creado Adán de repente sufrió una desgracia cuando éste desobedeció a su Creador y comió del árbol prohibido. La esperanza de gozarse de la vida en forma indefinida terminó cuando se llevó a cabo la sentencia advertida: “del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” Génesis 2:16. Este fue el comienzo del flagelo de la muerte pues “el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” Romanos 5:12. La grata noticia es que Cristo ha venido para ser nuestro Salvador y dijo:”yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” Juan 10:10. (Continuará) –DAJ

 

Lectura Diaria:
2 Reyes 1 [leer]
/Jeremías 34 [leer]
/Hebreos 5:11-6:20 [leer]