“Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.” Mateo 5:10-11

Esta es la última de las bienaventuranzas y es doblemente expresada. Los nobles atributos de los hijos del reino que han sido esbozados en los versículos precedentes constituyen un ideal. Pero es un ideal que Dios no transa por el hecho de que los hombres en su pecado no sean capaces de alcanzarlos. Son requisitos permanentes que exigen la justicia, pureza y santidad de Dios de todos los que son suyos. Esta es la forma de agradar a Dios a través de todas las épocas de la historia humana. La  suma de virtudes expresadas en grado variable por los creyentes en cualquier tiempo debiera despertar naturalmente la admiración, el aprecio y el afecto de todos los hombres, pero en realidad no es así. De hecho, el estilo de vida bienaventurado produce rechazo. Esta última bienaventuranza está enraizada con el Antiguo Testamento pues el consuelo de ser perseguido es continuación de la experiencia de los siervos de Dios en la antigüedad. Jesús no ofrece una acogida global para toda clase de sufrimientos, ni para todos los que sufren en cualquier lugar, sino claramente a aquellos que sufren por los siguientes motivos: por causa de la justicia (verso 10) y por causa de él (“por mi causa”, verso 11).

Las más nobles características que un individuo puede desplegar generan –paradojalmente– una reacción contraria, pero lo anterior no debe ser extraño pues fue la experiencia del Hijo de Dios en la tierra y está escrito que “todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12). No hay opción, no hay elección, no hay confusión. La persecución es inherente a la vida cristiana “piadosa” pues está ordenado para los creyentes el sufrir. Si el lector revisa su vida y no ve ninguna clase de persecución, mejor examine si es cristiano o no. En algún momento ha de ocurrir (“gozaos en aquel día” dice Lucas 6:23). En algún momento sufriremos la carga de la cruz,. Aun en entornos “cristianos” la cruz es piedra de tropiezo y roca que hace caer.

“Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él” (Filipenses 1:29)

El Señor está dejando muy en claro al principio de su ministerio que hay un precio que pagar por seguirle, pero la recompensa es alta, es nada menos que “el reino de los cielos”, son las bendiciones eternas de Dios, es el perdón de pecados. Tenemos en la Biblia el triste ejemplo de Balaam, un hombre que quería participar de las bendiciones de Dios al final de su vida, y quería morir como los piadosos pero también quería vivir una vida entera sin preocuparse de obedecer a Dios: “muera yo la muerte de los rectos” (Números 23:10). Tal combinación no es posible. El Señor ha definido lo que es una persona realmente feliz y bendecida. Parte señalando que es una que reconoce que no tiene recursos por sí misma, que está arruinada. Para el mundo esto no tiene sentido y le persiguen, hostigan evitan, calumnian. La respuesta de Jesús a esto es que cuando esto pase,  “sois bienaventurados sois”. Cuando eso ocurre, es una confirmación de que el que sufre es un creyente, es un salvado es un Hijo de Dios, y es un motivo de gran felicidad. Vemos ya claramente que las enseñanzas de Cristo son distintas a las de los hombres, que sus caminos y sus pensamientos no son como los nuestros, que la vida que agrada a Dios es totalmente diferente a “la corriente de este mundo” (Efesios 2:2). Una decisión debe ser tomada: vivir de acuerdo a los estándares de Dios y ser bienaventurado valorando las cosas eternas, “las que no se ven” (2 Corintios 4:18) o vivir  según la corriente de este mundo y perderse para siempre ¿Cuál camino tomará el lector? rc

 

Lectura Diaria:
Génesis 4:1-5:32 [leer]
/Job 6:1-7:21 [leer]
/Mateo 4:1-25 [leer]