“Esta era ya la tercera vez que Jesús se manifestaba a sus discípulos, después de haber resucitado de los muertos” Juan 21:14

El Mar de Galilea fue un lugar bien conocido por los discípulos del Señor Jesús. Pedro por ejemplo vivía en Capernaum, ciudad importante al borde del lago. Seguramente con su hermano Andrés jugaban en la arena cuando eran chicos. Juan y Jacobo eran socios de su padre, trabajando como pescadores. En los años antes que conocieran a Jesús, el Mar de Galilea les era tan familiar como es la calle y el barrio donde vivimos. Pero cuando de repente respondieron a la voz del Nazareno, se abrió un mundo diferente. Volvían siempre a Galilea, y en el lago que por años era su fuente de trabajo, tuvieron experiencias preciosas en compañía con Jesús. Hay una escena que seguramente quedó como un recuerdo precioso para los discípulos pero especialmente para Pedro. Fue cuando el Señor Jesús apareció en la playa una mañana temprano y preguntó a sus discípulos “¿tenéis algo de comer?” (Juan 21:5). Habían pescado toda la noche sin sacar nada. En un acto de grandiosa misericordia, el Señor le instruyó: “Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis”. Cuando lo hicieron “ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces” (Juan 21:6). En verdad estaban ocupados en una faena a la cual el Señor no les había enviado. Habían sido llamados a ser “pescadores de hombres” y no de peces. Pero el Señor trataría este tema después. Primero la benignidad de Jesús le haría sentir vergüenza y les prepararía para recibir su exhortación. Llegados a la orilla, tuvieron otra sorpresa. El Señor tenía desayuno preparado para ellos. ¡Maravillosa gracia!

Terminado el desayuno provisto, El Señor individualizó a Pedro y le preguntó: “¿Pedro, me amas?” Por decirlo así, Jesús estaba diciendo: “Pedro, ¿qué vas a hacer… sacar peces o seguirme a Mí?”. Pedro aseguró al Señor de su amor, apelando al conocimiento perfecto del Señor, diciéndole, “Señor ya lo sabes tú que te amo” (Juan 21:15), y cada vez que Jesús preguntaba, Pedro confesaba su amor, y el Señor por su parte le entregaba una responsabilidad. Esta no tenía nada que ver con peces, sino con personas. No con criaturas marítimas, sino con corderos. El Señor le estaba comisionado para hacer una obra espiritual, una obra superior a la que le había preocupado aquella mañana en la orilla del Mar de Galilea.

Años más tarde, Pedro escribió animando a los ancianos de las iglesias, siendo él anciano ya, “testigo de los padecimientos de Cristo… y participante de la gloria que será revelada” (1 Pedro 5:1). Los términos del trabajo que los ancianos deben de realizar son claros, “no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Pedro 5:2-3). Estas instrucciones garantizan el bienestar para los corderos y las ovejas en la grey. Y cuando los ancianos cumplen con el cometido, verán que vale la pena, porque “cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Pedro 5:4). El lamer constante de las aguas del Mar de Galilea es placentero y durante los siglos ha seguido como un acompañamiento a las palabras del Señor dichas a Pedro, –Cuidar, Pastorear, Preocuparse–por mis corderitos y ovejitas. Desde el lago cuya forma física es la de un arpa, viene el susurro de la voz del Señor, preguntándonos “¿Me amas? ¿Me amas? ¿Me amas?”. Pescar es una actividad legítima, como cualquier vocación. Pero no debemos permitir que ninguna actividad legítima anule la puesta en práctica de labores para la gloria de Dios, labores motivadas por amor a su Santa Persona. Pedro tuvo otras experiencias con el Señor en el mar, pero en esta reconoció el señorío de Jesucristo y le obedeció. Dios quiera que nosotros también, “salpicados” por las gotas de enseñanza del mar de Galilea, salgamos a cumplir con el trabajo que El nos ha entregado. –daj

Lectura Diaria:
Números 1:1-54 [leer]
/Salmos 144:1-145:21[leer]
/Marcos 11:27 [leer]