Apocalipsis 2:8-11

Si a Éfeso la llamamos como la iglesia “que perdió su amor”, a Esmirna podemos considerarla como la iglesia “sufriente”.

El Señor Jesús utiliza dos palabras para describir la situación de esta asamblea: “tribulación” y “pobreza” (versículo 9), lo que nos habla de las circunstancias en las cuales estos creyentes se encontraban. Todo parece indicar que en medio de una ciudad rica y acaudalada, con una pujante y prospera economía, los creyentes de Esmirna enfrentaban una situación de pobreza material, estrecha y humillante y en donde la más probable causa era la discriminación que sufrían debido al testimonio del evangelio y de Cristo.  Sin embargo su pobreza material contrastaba con las enormes riquezas que tenían en el Señor, quien les recuerda que a pesar de todos, eran ricos.

¡Oh, qué riquezas inigualables tenemos los creyentes en nuestro Salvador,  en quien “están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”! (Colosenses 2:3) Los creyentes somos infinitamente ricos en Él,  y no hay riqueza en este mundo que se compare con la herencia que tenemos en nuestro Señor. Pensemos en Lázaro (Lucas 16) quien a pesar de vivir en la extrema pobreza (el relato nos dice que era un mendigo que comía de las migajas que caían de la mesa del hombre exitoso y cómodo), era infinitamente rico pues tenía al Señor, y cuando murió ángeles vinieron a buscarle para llevarle al seno de Abraham. ¡Qué tremendo contraste con el hombre rico, quien en realidad era pobrísimo pues después de morir, termino atormentando en una llama y sin ninguna de las riquezas que acumuló en este mundo!

Esta es la gran diferencia entre las riquezas terrenales, y las riquezas celestiales. Las primeras se desgastan cual traje carcomido por la polilla, mientras que las segundas son eternas. Las riquezas terrenales varían de acuerdo a factores externos y propios de una economía, por ejemplo, un bien raíz depende de su plusvalía. Un día puede valer mucho, pero al día siguiente su valor puede descender considerablemente si por ejemplo le construyen un vertedero al lado. Así también sucede con las acciones en el mercado bursátil. Un día pueden valer millones de dólares, pero al día siguiente todo se desploma y no valen ni un centavo.  Las riquezas celestiales no dependen de factores externos. El orín y la polilla no las corrompen. Es una herencia incontaminada, incorruptible e inmarcesible, y que está reservada en los cielos para nosotros.

Los creyentes en Esmirna podían estar seguros de que eran más ricos que la gran mayoría de los habitantes de la ciudad, y así también nosotros no debemos de olvidarnos de esta gran verdad, tal como dice Dios en su Palabra: “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Santiago 2:5)

El mensaje a la iglesia de Esmirna debiese enseñarnos a poner en la correcta perspectiva este asunto tan vital: ¿Cuál es la importancia que le damos al dinero en nuestras vidas? Vivimos en una época donde el éxito se mide por la cantidad de posesiones que tenemos, con cuánta frecuencia cambiamos el auto o cuántas veces en el año viajamos de vacaciones fuera del país.  El creyente en Cristo no debe olvidar las palabras del Señor que advirtieron acerca de la idolatría al dinero, “No podéis servir a Dios y a las riquezas.” (Lucas 16:13) La pregunta es, ¿Estamos dispuesto a ser pobres por amor a Él?,  Recordemos que Él, siendo rico, se hizo pobre por nosotros. ¿Podríamos nosotros, siendo ricos (espiritualmente), hacernos pobres (materialmente) por Él? Los creyentes de Esmirna, armados de un valor y una fidelidad notable, fueron capaces de desechar las posesiones materiales, los éxitos económicos, aún sus propias vidas, por amor al evangelio y al Señor.

El himno 262, “La Cruz Sangrienta”, dice en su primera estrofa: Riquezas quiero despreciar, y la soberbia tengo horror. Que el Señor nos libre del amor excesivo por el dinero, y nos ayude a tenerlo a Él, como el tesoro más preciado de nuestras vidas, y como la posesión que nos hace infinitamente ricos por toda la eternidad. –PE

(Continuará)

Lectura Diaria:
2 Samuel 16-17 [leer]
/Jeremías 1 [leer]
/Gálatas 3:15-29 [leer]