Todo aquel que visitaba la ciudad de Esmirna en aquel entonces, se encontraba con una ciudad hermosa, considerada por muchos como la corona de Asia. Sus enormes construcciones, muchas de las cuales permanecen hasta el día de hoy, la convertían en una ciudad muy visitada por gentes de diversas latitudes. Su economía era próspera, y mucho de sus habitantes se estaban beneficiando de los negocios y transacciones realizadas en el puerto de la ciudad. Sin embargo, el evangelio estaba siendo rechazado y la iglesia perseguida.
“Y escribe al ángel de la iglesia en Esmirna: “El primero y el último, el que estuvo muerto y ha vuelto a la vida, dice esto…” Apocalipsis 2:8
La iglesia en Esmirna era perseguida principalmente por un grupo de judaizantes, a los cuales el Señor llama “sinagoga de Satanás” (Apocalipsis 3:9). El apóstol Pablo le escribió a Timoteo que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución”. (2 Timoteo 3:12) Y esto estaba sucediendo con los creyentes de Esmirna, quienes estaban siendo perseguidos a causa de su testimonio al evangelio. ¡Oh si pudiésemos atender con mayor esmero a esta verdad! El creyente fiel a Cristo nunca será aceptado por este mundo impío. El verdadero evangelio nunca será popular porque Satanás, el príncipe de este mundo, se ha encargado de enceguecer a la gente ocultándoles la belleza del mensaje de Salvación. Recordemos las palabras de nuestro Señor quien dijo: “El siervo no es mayor que su señor.” Es decir que, si Él fue rechazado, enjuiciado y asesinado en una cruz, ¿qué debiese esperarnos a nosotros, sino también un rechazo al evangelio?
El Señor Jesús nunca esconde el costo de lo que significa seguirle. Él lo expreso claramente cuando advirtió: “Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.” (Mateo 16:24-25) Es por esto que a la iglesia de Esmirna le anticipa más persecuciones. “He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días.” (Apoc. 3:10). En medio de este panorama tan sombrío, el Señor les anima de dos formas. En primer lugar les da ánimo diciéndoles que no tengan temor (comienzo del verso 10), porque Él seguiría teniendo el control de toda la situación. Claramente Cristo le estaba permitiendo a Satanás que atentase contra la iglesia, lo que se ve en el hecho de que la prueba duraría solo 10 días. Él nunca abandona a su pueblo, aún en medio de circunstancias tan difíciles, y los creyentes en Esmirna podían confiar en que el Señor seguía siendo el Dios Soberano.
Por otro lado, Cristo también los anima a través de la perspectiva de la recompensa. Y es que Él sabe recompensar a aquellos que le son fieles. Es por esto que a esta iglesia le dice: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”. Es probable que muchos creyentes de Esmirna hayan terminando dando sus vidas por el Señor. Es posible que muchos de ellos hayan sufrido terribles martirios por negarse a dar culto al emperador romano. Todos ellos, dice el Señor, recibirán la corona de la vida. Policarpo, quien fuera discípulo de Juan, vivió y pastoreó a la iglesia de Esmirna. La tradición nos dice que murió a la edad de 90 años, quemado en la hoguera debido a su rechazo a rendir culto al César. Mientras era enjuiciado por el tribunal romano exclamo: “He servido a mi Señor Jesucristo por 86 años, y nunca me ha causado daño alguno. ¿Cómo puedo negar a mi Rey, que hasta el momento me ha guardado de todo mal, y además ha sido fiel en redimirme?” Así como Policarpo, muchos otros creyentes han tenido el privilegio de dar sus vidas por Cristo. ¿Y qué hay de nosotros? Si bien es cierto que no todos los hijos de Dios somos llamados a sufrir el martirio, si debiese existir en nuestros corazones la disposición de dar la vida por nuestro amado Salvador.
La promesa a los vencedores en esta epístola también era una fuente de inspiración para estos atribulados creyentes. “El que venciere, no sufrirá daño de la muerte segunda”. ¡Qué promesa más tremenda! ¡Cuánta certeza hay en estas palabras del Señor! Quizás las fieras podían destrozar sus cuerpos. Quizás las llamas podían hacer arder su piel. Quizás las piedras podían quebrar todos sus huesos. Pero había algo que Satanás jamás podría tocar, y ese algo eran sus almas. El diablo podía usar la muerta para acallarlos, pero la muerte segunda jamás tendrá poder sobre el verdadero creyente. ¡Finalmente la victoria será para todo aquel que está en Cristo!
El mensaje a Esmirna nos enseña a poner en la perspectiva que corresponde muchas de las cosas a las cuales solemos aferrarnos. Nuestros bienes materiales, así como nuestras propias vidas. ¿Cuánto valoramos realmente al Señor Jesús, y cuánto valoramos realmente al evangelio? Para Esmirna, Cristo lo era todo. ¿Lo es también para nosotros? —PE
Lectura Diaria: | ||
1 Reyes 9 [leer]
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/Jeremías 17 [leer]
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/Filipenses 2:12-30 [leer]
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