La carta a Pérgamo es un llamado a no descuidar la santidad, y a vivir vidas apartadas para el Señor. Miremos el segundo reproche que el Señor tiene para esta iglesia.

Por tanto, arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto…”  –Apocalipsis 2:16

 

La segunda enseñanza tenía que ver con los nicolaítas, quienes establecían jerarquías dentro de la asamblea, asignando puestos clericales que iban de menor a mayor importancia. El Señor ya había advertido a la iglesia de Éfeso que Él aborrecía esta falsa doctrina (Apocalipsis 2:6), básicamente porque elevaba a los hombres dentro de la iglesia, siendo que es Él la única cabeza y el único digno de ser ensalzado y honrado. Con cuánta tristeza podemos hoy ver cómo esta enseñanza se ha apoderado de tantas congregaciones, en donde existen hombres que se autoproclaman como líderes o cabezas y establecen dentro de la iglesias su propia autoridad, tergiversando así por completo la enseñanza bíblica en relación al gobierno que debe haber en las asambleas (En el mensaje a Tiatira el Señor enfatizará este punto cuando trate el tema de “esa mujer Jezabel”). Tanto la vida licenciosa e inmoral como la jerarquización humana dentro de la iglesia de Cristo, son conductas o enseñanzas repulsivas a Cristo, y por esto le escribe a Pérgamo para que se arrepienta, pues de lo contrario el mismo habría de ejecutar el juicio. (Apocalipsis 2:16).

Pérgamo nos enseña que, como pueblo de Dios, estamos en constante conflicto. Satanás es nuestro enemigo, y vivimos en una sociedad dominada por él. Como creyentes debemos esperar ataques provenientes de dos frentes: el externo y el interno. Por un lado debemos esperar oposición al evangelio por parte del mundo. Algunas veces el rechazo, las burlas e incluso la persecución.  Pero por otro lado no debemos olvidar que Satanás siempre busca ingresar a la iglesia por medio de falsas enseñanzas y doctrina perversas que incitan a la mundanalidad, la carnalidad, las contiendas, etc.  En ambos casos debemos recordar el llamado del Señor quien nos dice: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos, porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?” (2 Corintios 6:14)

La promesa para los vencedores en esta epístola, es provisión, comunión e intimidad con Cristo. Esto se presenta por medio del maná escondido quien es Cristo mismo ofreciéndose como el sustento para su pueblo por toda la eternidad; por medio de la piedrecita blanca que representa la entrada asegurada para todo verdadero creyente al banquete celestial; y por el nombre nuevo el cual nos habla de cómo en Cristo todas las cosas son hechas nuevas. ¡Esta triple promesa es para cada hijo e hija de Dios! Esta epístola es un llamado a no descuidar la santidad. A vivir vidas apartadas para El, reconociendo los tremendos peligros que nos acechan, pero al mismo tiempo confiados en que en Él, somos más que vencedores.

–Pablo Elgueta

Lectura Diaria:
2 Reyes 15:32-16:20 [leer]
/Jeremias 50:21-46 [leer]
/Tito 2:9-3:15 [leer]