“La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús nuestro” Romanos 6:23

Se dice que la muerte ha sido desde siempre uno de los temores más grandes del ser humano. Es el gran enemigo. Lo somete a su dominio y lo mantiene preocupado durante toda su existencia. Esta consecuencia del pecado atormenta al incrédulo. Según la Biblia, el hombre está muerto en delitos y pecados (Efesios 2:1). Ahora bien, debemos comprender que el pecado no mata porque sea grande o pequeño, sino porque es pecado, porque separa de Dios, como dice el profeta: “Vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios” (Isaías 59:2). Ésa es la naturaleza del pecado y lo que separa al hombre de Dios. Luego, a consecuencia del pecado todo ha cambiado entre el hombre y Dios y la muerte ha llegado a ser el salario por el pecado.

La palabra salario o “paga” que ocupa el apóstol Pablo tiene varias implicancias: por una parte es una transacción o negocio que no beneficia en nada al hombre porque ofrece al hombre una alternativa a obedecer la voluntad de Dios prometiendo una pretendida libertad y vida, pero trae la esclavitud y muerte; es una paga fraudulenta, es un engaño, es esclavitud (Juan 8:34). Por otra parte, no es un simple pago, sino que es un pago cuyo efecto perdura en el tiempo pues la sombra de muerte se cierne sobre la vida en un proceso continuo, aunque el hombre cree que vive (Efesios 2:1). Finalmente, en contraste con la dádiva de la vida, el pecado tiene asociado con el pago de la muerte una consecuencia indisoluble: el juicio (Romanos 5:16). Es inevitable: el hombre por ser pecador vive ahora en el reino de la muerte y está condenado también a morir eternamente. En el intertanto le teme día y noche. Es en este punto trascendente que interviene el mensaje del Evangelio.

Es cierto que la muerte “pasó a todos los hombres” (Romanos 5:12), pero de esta condición son librados los que confían en Cristo. Los creyentes reciben el perdón de sus pecados (¡qué tremenda gracia!). Dice la Biblia, refiriéndose a los creyentes en Cristo, “vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre” (1 Juan 2:12). Esta condición de perdón, acompañada con la liberación del temor de la muerte (Hebreos 2:15) la reciben los creyentes ahora sobre la tierra, y no el día en que fallecen (Juan 5:24; 1 Juan 3:14). Los que confían en Cristo quedan liberados de la muerte espiritual ahora y eternamente (Juan 6:50; 11:26) por medio de Cristo (Romanos 5:8). Él es el Salvador de los hombres en este sentido pleno, porque salva para siempre, “eternamente” (Hebreos 7:25). No obstante, aquellos que se atreven a morir como incrédulos sin recibir a Jesucristo, quedan eternamente separados de Dios (Juan 8:24), muertos por la eternidad. Éste es el aspecto solemne del mensaje de Dios que tenemos que presentar con fidelidad. ¿Cree usted en Cristo? ¿Le ha dado Él su don de gracia, la vida eterna? rc

(continúa)

 

Lectura Diaria:
Éxodo 32:1-35 [leer]
/Salmos 81:1-82:8 [leer]
/Hechos 19:21-41 [leer]