¿Cómo reaccionaría usted si supiera que le va a sobrevenir una prueba muy grande? ¿Cómo prepararía su reacción, y lo que va a decir, si fuera posible?

“Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez” Juan 12:27-28

Cada uno de nosotros tiene probablemente una forma diferente de reaccionar frente a una situación difícil, un conflicto, o una prueba. Sin embargo, una intención común y natural en cada uno de nosotros es desear que el momento difícil pase lo antes posible, que Dios nos libre de tal o cual circunstancia, ojalá con el menor costo para nuestro patrimonio, nuestra salud y nuestra forma de vida. En la mirada del cielo las cosas son diferentes. Ya hemos considerado que desde el punto de vista de Dios, las pruebas son por él permitidas con el fin de que le traigamos gloria a él y a su nombre. Nuestro modelo perfecto es el mismo Hijo de Dios, quien vivió una vida de continuo agrado hacia el Padre (Juan 8:29), siempre buscando su gloria.

En el versículo del día tenemos una gran lección. Tan pronto como los discípulos cuentan a Jesús que unos griegos le buscan y quieren verle, él interpreta este hecho como una señal inequívoca  de que los eventos que terminarán con su muerte en la cruz están ya muy próximos para él: “Jesús les respondió diciendo: Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Juan 12:23-24). Enseguida vislumbra el dolor que se avecina y experimenta turbación. El Jesús humano en toda su perfección se estremece al sentir como una oleada el sufrimiento y la angustia que está por venir: “Ahora está turbada mi alma”. Frente a la certeza del sufrimiento que está muy próximo el Hijo de Dios parece preguntarse cómo ha de actuar: “¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora?” Esa sería la respuesta casi segura de cualquiera de nosotros, pedir que la prueba no nos toque, pedir que el conflicto se solucione, pedir que la salud se restablezca, pedir que no tengamos que pasar por la ansiedad, el dolor ni la angustia. El Señor plantea la pregunta para reforzar que de ninguna manera corresponde pedir tal cosa. Se pueden decir muchas cosas en la hora de la prueba, pero Jesús nos ilustra la única respuesta correcta, la única que traerá gloria al Padre: “para esto he llegado a esta hora”. Ahí está, frente a todos, el Cristo encarnado reconoce que ha sido la voluntad del Padre que haya llegado a ese preciso umbral.

Recordamos las palabras proféticas del Salmo 40:8 “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón”. Entonces, el Hijo de Dios expresa una vez más lo que ha sido el anhelo de toda su vida: “Padre, glorifica tu nombre” (verso 28). Tal como ocurrió tres años antes cuando el Cristo se identifica con los pecadores a quienes ha venido a salvar, y desciende a las aguas del bautismo de arrepentimiento como uno más de ellos, como si confesara pecados que no son suyos porque el Padre así lo ha querido, el Cristo enfrentará la cruz porque “para esto” ha venido. De la misma manera, el Padre atestigua desde el cielo las perfecciones de su Hijo y de su nombre: “lo he glorificado y lo glorificaré otra vez” (verso 28). En nuestra hora de prueba, Jesús nos enseña la única respuesta correcta que podríamos tener. Antes de pedir por la liberación, la sanidad, la solución a nuestros dramas, hemos de pedir al Padre que glorifique su nombre, que la prueba cumpla su objetivo último en nosotros, y que traigamos gloria a Dios por nuestra actitud, nuestra respuesta, nuestra forma de pararnos frente a ella. Primero está la gloria de Dios, y luego la liberación nuestra. —rc

“¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado. Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto… salió” (Juan 11:40-44)

 

Lectura Diaria:
1 Reyes 21 [leer]
/Jeremías 32:26-44 [leer]
/Hebreos 4:1-13 [leer]