“Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” Mateo 3:2

Al oír la predicación de Juan el Bautista muchos acudían a él y eran bautizados “confesando sus pecados” (Mateo 3:6). Otros, a quienes Mateo identifica como fariseos y saduceos, acudían sin una convicción del corazón. Los fariseos eran los ritualistas, legalistas y formalistas. Eran personas que se creían mejores que los demás y para ellos la religión era el auto-esfuerzo, hacer cosas, externalismo. Los saduceos, en cambio, eran racionalistas y  libre-pensadores. Estos personajes representan las únicas dos religiones que hay en el mundo: por un lado, la religión de la realización divina, que dice que Dios lo hizo todo, y que sólo hay que creer y recibir (Juan 1:12). Por otro lado está la religión del esfuerzo humano, que dice que el hombre debe hacer todo o buena parte del trabajo para obtener el favor de Dios. este predicamento es común a todas la religiones del mundo desde el relato de Caín. Si bien los fariseos y saduceos diferían acerca de temas teológicos, ambos grupos eran parte de la religión del logro humano, la misma que el diablo ha propagado desde la caída.

No es extraño, entonces, que Jesús encarara fuertemente a los fariseos y a los saduceos. Varias veces leemos su advertencia: “Y Jesús les dijo: Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos” (Mateo 16:6). Por lo mismo, estos dos grupos se unieron en su odio y envidia hacia Jesús (Mateo 27:28). Sus motivos para acudir al bautismo de Juan no pasaron desapercibidos. Tan pronto Juan les ve les acusa: “¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo 3:7-8). Juan les expone acusándoles de que sus actos no son sinceros y por ello no escaparán del juicio. Es como si les dijera: “Muéstrenme una vida transformada” (Hechos 26:20), o “cambien su estilo de vida”, de lo contrario no vengan a presumir arrepentimiento.

Es que el arrepentimiento bíblico comienza con reconocer el pecado (Salmo 32:5). Faraón, Balaam, Acán, Saúl, David, el hijo perdido, todos tuvieron que decir “Yo he pecado”. Lo segundo es dolerse por el pecado (Salmo 32:3, 51:8-12), y lo tercero es el cambio de actitud. De una posición arrogante, a una de humildad: “Padre, he pecado” (Lucas 15:21), “acuérdate de mí” (Lucas 23:42). Este es el verdadero arrepentimiento, y es el paso inicial antes de creer en Cristo: “Arrepentimiento para con Dios, y fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:21). El arrepentimiento comienza en el corazón y después se manifiesta externamente. Así, el discurso de Juan el Bautista (“haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento”) es en realidad una invitación a la conversión. ¿Creyeron algunos fariseos y escribas? Por lo menos alguno se interesó sinceramente (Juan 3), pero tanto para ellos como para todos nosotros el llamado al arrepentimiento es actual y personal. El rey viene y su reino viene con él, prepárese. rc

(Continúa)

Lectura Diaria:
1 Reyes 4-5 [leer]
/Jeremías 12 [leer]
/Efesios 5:1-21 [leer]