“Por la noche durará el lloro, Y a la mañana vendrá la alegría” Salmo 30:5

Cliff era un joven africano que vivía en el país de Zambia. Tuvo contacto con los creyentes cerca de Kabompo y por ellos supo de Cristo Jesús y su poder para salvar, y recibió por la fe al Salvador. Por dos años después de salir del liceo, Cliff ayudó en el hospital de 84 camas en Loloma donde cuatro enfermeras canadienses sirven al Señor. A todo el mundo le gustaba este joven. Era el único creyente en su familia y formaba parte de la asamblea local que allí se reunía. Siempre se involucraba en las actividades de la iglesia, fuesen ellas relacionadas con la Escuela Dominical o con la predicación del evangelio. Los hermanos con experiencia anticipaban el día cuando Cliff llegara a ser más maduro pues preveían que el joven tenía características de un buen líder en la esfera espiritual, pero a los 24 años de edad, el Señor le llevó a su presencia.

Cliff había querido estudiar enfermería para así poder ayudar en el hospital, pero por razones desconocidas no fue aceptado. Entonces tomó un curso para ser profesor y cuando volvía a casa en vacaciones, siempre venía al hospital para ayudar. Cuando llegó de visita al comienzos del 2008 las enfermeras le notaron un tinte de color amarillo en la piel. Supieron que había estado enfermo en su colegio pero se había recuperado. En vista de su condición, le mandaron a hacer ciertos exámenes los cuales arrojaron la funesta noticia: tenía hepatitis B y el funcionamiento de su hígado era anormal. El doctor de Loloma le llevó al hospital en Chitoloki donde el médico confirmó el diagnóstico. Cliff tenía cirrosis hepática y le pronosticaron entre seis meses a un año de vida. Obtener un trasplante era difícil, por no decir imposible. Entonces los jóvenes de la asamblea tuvieron una semana de reuniones en que oraron por Cliff. Los que asistieron dicen que oraban con fervor por su hermano en la fe. ¡Qué lindo cuando los hermanos así demuestran su dependencia de Dios! Ellos oraron que Dios hiciera su voluntad con Cliff.

El doctor en Loloma quiso hacer un examen más con el scanner, pero cuando llegó el momento, la condición de Cliff estaba ya demasiado deteriorada. El día antes de viajar, presintió que no volvería a ver a sus compañeros y les llamó para despedirse de ellos. Entre lágrimas y sollozos les dijo que su vida iba a ser breve y les instó a vivir para la gloria del Señor. Viajó al lugar donde habría de practicarse el examen, pero cuando vieron que no fue posible dada su condición, le llevaron de vuelta a Loloma donde volvió en estado de coma. La mañana siguiente partió para estar con el Señor. “Le vamos a echar mucho de menos” dijo la Srta. Daisy Hanna, una de las enfermeras. Al funeral concurrieron alrededor de 600 personas aunque el lugar tenía cupo para 400. Todos escucharon el mismo evangelio que tanto bien había hecho a Cliff. Por cierto hay lágrimas y tristeza cuando alguien muere, y especialmente este joven de 24 años. De todos modos, la mañana de la resurrección producirá la alegría. Así es el caso de los que mueren en el Señor. “Por la noche durará el lloro, Y a la mañana vendrá la alegría” Salmo 30:5

Carta Srta. Daisy Hanna/editada DAJ/rc

Lectura Diaria:
Deut. 7:12-8:20[leer]
/Eclesiastés 9:11-10:20[leer]
/Lucas 8:40-56 [leer]