“Habiendo dicho Jesús estas cosas, salió con sus discípulos al otro lado del torrente de Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con sus discípulos.” Juan 18:1

El Señor Jesús tiene muy claro lo que ha de acontecerle. Es más, ya lo ha anunciado a los suyos desde hace algún tiempo y les ha dicho claramente que será entregado, le matarán y resucitará al tercer día (Mateo 17:22-23, 20:19, Lucas 18:33). Ahora, pronto a ser arrestado Jesús va camino de la cruz dispuesto a beber la copa que el Padre le ha dado (Juan 18:11). Todos le dejarán, pero El seguirá adelante y llevará nuestros pecados en la cruz. En el versículo del día tenemos una figura simple que nos resume su obra. Jesús dijo algo, salió con los suyos, atravesó un riachuelo y entró en el huerto de Getsemaní. Ya nada puede detenerlo pues ha resuelto desde siempre hacer la voluntad del Padre –aun antes de entrar en el mundo– pero los hechos ahora se han precipitado.

El sacrificio del Señor es anticipado en numerosos pasajes del antiguo testamento. Ya sea desde el punto de vista teológico con respecto de su significado (Levítico 16, Isaías 53), como en detalles de su crucifixión (Salmo 22). También hay referencias figurativas de su pasión y dolor y de estas últimas, una que es muy interesante la podemos encontrar en 2° Samuel 15. En una etapa de la vida de David, rey de Israel, leemos que David en un momento trascendental de su vida, cruza también el torrente de Cedrón. Las circunstancias son difíciles para él.  Va escapando por su vida y sube “la cuesta de los olivos” (v. 30). Pasa por el mismo lugar que más adelante fue llamado Getsemaní, y lo hace de manera muy particular.  Se nos dice que subió la cuesta “llorando, llevando la cabeza cubierta y los pies descalzos” (v. 30). Un sufrimiento generado por otras razones pero que nos lleva a pensar en lo que iría sufriendo el Hijo de Dios mientras cruzaba este arroyo, aunque Juan nada nos dice en su relato. Según el antiguo testamento, en este torrente era echada “toda la inmundicia” e idolatría (2° Crónicas 29:16, 30:14) y nos da una buena figura del pecado del mundo (1° Reyes 15:13, 2° Reyes 23:12). El Hijo de Dios empapa sus pies al cruzar este torrente prefigurando que tomaría todos nuestros pecados, pagaría por ellos como si fueran suyos para darnos la salvación, aunque nunca pecó, “nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca” (Isaías 53:9). Además hay otro elemento análogo, pues tan pronto cruza el torrente de Cedrón “dieron aviso a David, diciendo: Ahitofel está entre los que conspiraron con Absalón” (v. 31). Tan pronto Juan nos describe que Jesús y los suyos cruzan el torrente y se dirigen al huerto, añade en el verso siguiente: “Y también Judas, el que le entregaba, conocía aquel lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos” (Juan 18:2).

Una vez cruzado el valle y el torrente ya no hay vuelta atrás para el Señor: entra en el huerto y se precipitan los hechos que redundarán en nuestra salvación eterna. El era el Hijo que iba a entrar en crisis con su Padre por causa nuestra y no un padre huyendo de su hijo como David. Queda para nuestra reflexión considerar el sentir del Hijo de Dios camino a Getsemaní. Leemos en el salmo: “Del arroyo beberá en el camino, por lo cual levantará la cabeza” (Salmo 110:7). Nuestro salvador bebió de ése arroyo y levantó la cabeza, hasta el final. Recordemos una vez más los sufrimientos del Señor Jesús con gratitud y devoción. Si el lector no es creyente considere seriamente la persona de Cristo, qué sufrimiento y dolor para darnos la salvación. Recíbale con fe y tendrá la vida eterna. rc

Lectura Diaria:
Éxodo 2:23-3:22 [leer]
/Salmos 32:1-33:22 [leer]
/Mateo 28:1-20 [leer]