El Verbo divino nos muestra quién es Dios, a una escala que nos es comprensible. Sigamos considerando esta verdad.

“Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” Juan 1:9

El Verbo encarnado, Jesús, vino del cielo para dar vida. Dice la Escritura que Él trajo la luz a un lugar en tinieblas. Recordemos que El dijo “Yo soy la luz del mundo” (Juan 8:12). Los que le rodeaban constituían un reino de tinieblas espirituales, siendo dominados por sus pasiones, sus supersticiones y por su religión vana. Donde se introduce la luz se disipan las tinieblas, pero Juan 1:5 nos dice: “La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella”, es decir, no la vencieron, o no la acogieron. En la tierra, hubo oposición a la persona de Cristo porque vino como el Verbo. Cristo es la imagen misma de la persona del Padre, así como una palabra es una imagen de un pensamiento. El Verbo es una expresión de un pensamiento o concepto, también es una forma de expresión de una voluntad. Así también, Cristo es el interpretador de la voluntad divina, es quien expresa lo que Dios es, como se nos dice en Juan 1:18. “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.”

Entendemos mejor el sentido de la venida del Señor Jesucristo cuando consideramos que vino a hacernos comprender los pensamientos de Dios, las verdades de Dios. Por eso los muchos rechazaron a Cristo, porque en todo momento les hacía ver su pecaminosidad y la necesidad de que se arrepintiesen. Como la Luz que exponía sus pecados, como el Verbo les expresaba la verdad de Dios redarguyendo las conciencias de sus oyentes, para producir un arrepentimiento genuino para que El les salvara. El Revela el pecado y donde hay reconocimiento y arrepentimiento, proporciona el remedio. Así se presentó a Israel, pero ellos reaccionaron incómodos con la luz que escudriñaba. Frente al Verbo que enseñaba las verdades divinas y no los credos humanos no pudieron resistir y hastiados de Él, lo llevaron a Poncio Pilato a quien exigieron que fuese crucificado. “A lo suyo vino, pero los suyos no le recibieron” (Juan 1:11).

Esto ocurre también en el día de hoy. Jesús por su Palabra sigue presentándose a nosotros, viene con la luz y ofrece la vida eterna. Estos verdaderos tesoros se consiguen no en una iglesia sino en el Salvador. No por obras, sino por la fe en Jesucristo. Lo dice Juan 1:12 “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio derecho de ser hechos hijos de Dios”. No llegamos a ser hijo de Dios por nacer en una u otra religión ni por ritos ni ceremonias. Sino por recibir personalmente a Cristo, como lo hemos visto ya. Todo aquel que llegue a rechazar a Cristo perecerá. Como dice un himno: “¿Que harás tú con Cristo?, / No puedes ser neutral. / Pronto tendrás que decirte / Conmigo, ¿qué hará El?” -G. McBride/rc

 

Lectura Diaria:
Nehemías 8:1-18 [leer]
/Zacarías 4:1-14 [leer]
/Apocalípsis 13:1-18 [leer]