La llegada de la reina de Sabá a la ciudad de Jerusalén le llenó de asombro por las magníficas construcciones. Sin embargo, la sabiduría del rey Salomón le dejó más asombrada.

 

“¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” Romanos 11:33

 

La verdadera sabiduría va tomada de la mano de la humildad. La reina de Sabá hizo un largo viaje para visitar al gran rey Salomón. Ella tenía la suficiente humildad de espíritu para permitir que otros supieran que ella buscaba algo más para aumentar su conocimiento, pues no se contentaba con lo que tenía. Cualquier persona que viera pasar su caravana viajando hacia la tierra de Israel, se daría cuenta que la reina iba rumbo a Jerusalén. Es muy probable que sus acompañantes dijeran que iba para consultar a Salomón, el rey sabio. Este viaje es símbolo de lo que tienen que hacer los que buscan la verdad. Hay que dejar atrás toda otra consideración, y sacrificar la comodidad si fuera necesario y seguir la luz por dondequiera que le guiara. No basta oír la fama de nuestro Salvador. Hay que conocer sus ordenanzas para ponerlas por obra y aceptar su autoridad. Solamente así en forma personal podemos conocer a Cristo como “el Camino, la Verdad y la Vida” Juan 14:6.

 

Al doblar una última curva en el camino hacia Jerusalén, quedó a la vista la magnífica ciudad. Algunos edificios grandes le llamarían la atención, en especial el palacio del rey y el hermoso Templo de su Jehová, Dios de los Israelitas. La reina se quedó pasmada por el esplendor del panorama. Los jardines eran magníficos, los palacios espléndidos, y luego, la atención brindada a su persona fue regia en extremo. Sin embargo, nada de todo esto podía desviarle del objeto principal de su visita, es decir, ver al rey, escuchar su sabiduría y probarle con preguntas difíciles y problemas de toda clase.

 

Tan sabias fueron las respuestas del joven monarca y tanta la confianza que inspiraba su cortesía que “ninguna cosa se le escondió al rey que no le declarase”. Para sorpresa de ella, Salomón tenía una respuesta sabia para todo. Ella vio que Salomón era un hombre bendecido por Dios. No solo tenía inteligencia sino también sabía aplicarla a las situaciones de la vida diaria. Esto se dejaba ver en la construcción de su casa, en el servicio de los que ministraban y los siervos de la corte. También se notaba en la calidad de las comidas y en lo que bebían. En cada detalle de su vida, se podía ver la sabiduría para la cual el rey era conocido. También se veía que la fe que Salomón tenía en Dios afectaba su vida diaria. Era una fe sincera, y verdadera, y el centro de su existencia era su Dios. Si la Reina de Sabá se admiraba de la sabiduría de Salomón, las palabras del texto de cabecera describen el efecto producido en nosotros hoy día. Hay creyentes que datan su conversión desde sesenta, setenta, y aún ochenta años atrás. Pregúnteles si acaso han llegado a descubrir todo acerca de Dios. Todos dirían que de la abundancia de Dios han sido bendecidos, pero aún queda muchísimo más y necesitaremos toda la eternidad para ir conociendo su sabiduría y su ciencia, sus juicios y sus caminos. Vale la pena tomar tiempo todos los días para aprender más y más de Él.  (Historia basada en 1 Reyes 10:1-13. Continuará) –MER/DAJ

 

Lectura Diaria:
Génesis 33:18-34:31 [leer]
/Salmos 4:1-6:10 [leer]
/Mateo 19:1-15 [leer]