“La reina del Sur se levantará en el juicio con los hombres de esta generación, y los condenará; porque ella vino de los fines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que Salomón en este lugar” Lucas 11:31

Lentamente venía llegando a Jerusalén la caravana. Los camellos iban cargados de cosas valiosas como el oro, las especias y las piedras preciosas. La persona principal que ahí viajaba era la misma reina de Sabá. Semanas antes, ella había salido de su país ubicado al extremo sur oriente del Mar Rojo. Hacía tiempo que ella empezó a planear este viaje, largo y penoso, para comprobar para sí misma la verdad de las cosas que escuchaba. Según decían, el nuevo rey en Jerusalén era una persona sobremanera sabio. Se decía que su poder era mayor que el de cualquier otro rey de aquel entonces. Se contaba que sus riquezas eran tantas que la plata llegaba a ser como piedras en Jerusalén. La reina no creía que podía ser para tanto, pero tan maravilloso era todo lo que escuchaba de él que tenía que ver por si misma la realidad de las cosas.

Mientras transcurrían los más de dos mil kilómetros de desierto pasando por países desconocidos, la reina iba pensando en lo que quería preguntar al rey. Tenía deseos de saber muchas cosas. Si en verdad era más sabio que otros, él podría contestar todas sus preguntas acerca de las cosas que pasaban en el mundo alrededor. Podría decirle cómo ella, una mujer inteligente y deseosa de mejorar las cosas, podría gobernar mejor en el país de Sabá. Podría ayudarle a saber cuál de los muchos dioses adorados por el pueblo realmente tenía poder. Podría indicarle qué hacer cuando las dificultades aumentaran y la maldad de la gente fuera demasiada. Iba a probarle con preguntas difíciles.

La reina del Sur gobernaba un país conocido y, en aquella época, un país importante. Era rico en especias muy codiciadas en el extranjero. El oro abundaba también. Del norte del Mar Rojo habían llegado barcos con comerciantes hebreos que hablaban del país de Israel y de un rey cuya inteligencia era tan grande que los reyes de otras tierras iban a consultarle. Siempre recibían una respuesta sabia. Este rey vivía en paz con todos y los otros reinos se esmeraban por servirle. La reina de Sabá quería conocer a este rey que podía hacer la paz en un mundo tan dado a la guerra, a los odios y a la rapiña. El nombre de este rey tan famoso era Salomón, que significa Hijo de Paz. Su nombre nos hace pensar en otro rey que iba a ser llamado “Príncipe de Paz.” En su profecía tocante la llegada del Mesías, Isaías escribió del niño que había de nacer, y el hijo que sería dado. Sobre su hombro llevaría la insignia que le identificaría como el Gobernador del Mundo. En la lista de nombres que pertenecen al Señor Jesús, se halla “PRINCIPE DE PAZ” (Isaías 9:6). Como tal, es el único capaz de producir una paz duradera. Quienes creen en Él experimentan la paz de Dios, ya que “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). (Historia basada en 1 Reyes 10:1-13) –DAJ

(Continúa)

Lectura Diaria:
Números 18 [leer]
/Proverbios 15 [leer]
/2 Pedro 2 [leer]