Cuando Adán y Eva pecaron en el huerto de Edén, su conciencia les hizo temer encontrarse con Dios como acostumbraban. Dios les buscó para perdonarles y cambiar la ropa inadecuada con que se habían cubierto. Lo que les pasó es una figura de cómo Dios busca al pecador hoy a fin de hacer acepto en su presencia.

 

“A los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo.”  Romanos 8:29.

 

Es cierto que Dios tuvo un plan para la raza humana cuando puso Adán en el huerto. Le ordenó a labrarlo y le trajo los animales para que les pusiera nombre. Después le dio la mujer idónea para él y esperaba que los dos vivieran en comunión con su Creador. Eva fue creada a propósito pero se dejó engañar y cuando ofreció a Adán el fruto prohibido. En franca desobediencia a la palabra de Dios, él se lo comió. El pecado entró para desfigurar el plan original divino pero Dios buscó a los dos con el deseo de perdonarles y hacer posible una nueva comunicación con ellos. Fue necesario que una víctima inocente muriera para que pudiesen ser reconciliados con Él. Se puso en marcha un nuevo plan para rescatar al ser humano. Los que hemos creído en el Señor Jesús estamos conscientes de que el deseo de Dios es que no sigamos viviendo en pecado, sino que seamos vasos para honra, hechos conformes a la imagen de su Hijo. Romanos 8:29.

 

En el huerto, una vez cubiertos con las pieles, Adán y Eva se sienten más cómodos para conversar con Dios. Su maldad quedaría grabada en su mente como un acto de rebeldía. Lamentarían durante su vida entera la estupidez que mostraron cuando comieron del fruto prohibido en violación abierta de la voluntad de Dios. Nadie tuvo que decir a Adán y Eva que habían pecado, entregándoles un informe de que habían hecho mal. Su conciencia sensible les acusó y les hizo huir de la presencia santa de Dios. Uno de los problemas que afecta a la humanidad hoy en día es la insensibilidad frente al pecado. Lo llaman por nombres como por ejemplo, una equivocación, un desliz, una indiscreción, una faltita, un tropiezo, un pecadillo, o una cosa que es natural a todo ser humano. Nadie quiere llamar la maldad por su nombre —PECADO. Cualquier acto que desagrada a Dios es pecado. Es desprecio a la santidad divina. No hay manera alguna para justificarlo. No se le puede enchapar de otro material para no ser considerado pecado.

 

En el caso de Adán y Eva, las hojas de higuera no les sirvieron. Tuvieron que ser desvestidos de ellas para recibir en su reemplazo las pieles de los animales, muertos a su favor. Solamente cuando aceptaron la provisión hecha por Dios para ellos, pudieron entrar a la presencia de Dios para conversar con Él. Si el cristiano puede presentarse delante de Dios hoy en día, ¿qué es lo que le ha dado este privilegio? Dice la Biblia, “Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y LA SANGRE DE JESUCRISTO SU HIJO NOS LIMPIA DE TODO PECADO.” 1 Juan. 1:7. La sangre del animalito derramada en el Edén proveyó para Adán y Eva lo que les hacía falta, una cubierta de pieles que permitió que estuvieran en la presencia de Dios. En el caso nuestro, es la sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, que provee lo que nos hace falta para poder tener comunión con Dios y entrar en su presencia. Como dice la Biblia, “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” 1 Juan 1:9. Esta es la condición que satisface a Dios, y el cristiano sabe que “El mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” 1 Juan 2:17. Un verso favorito de muchos creyentes y que les da mucha confianza destaca “la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” Efesios 1:6.  (Conclusión). –DAJ

 

Lectura Diaria:
Éxodo 38:1-31 [leer]
/Salmos 90:1-91:16 [leer]
/Hechos 22-:22-23:11 [leer]