La forma en que uno vive es vista fruto producido por una parra o una vid. El fruto que da gusto a Dios es el producido en comunión con Cristo. ¿Hay fruto de esta calidad en su vida?


“Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia… para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” 2 Pedro 1:3-4

En nuestra condición natural como pecadores, el fruto que producimos (las actividades en nuestra forma de vivir) es el producto de nuestros instintos naturales. La Biblia lo describe como fruto de “la carne”. La fuente de este fruto es la vida propia de uno, sean las ideas o los móviles, los cuales no reciben su dinámica a través de la vida de Cristo. Cristo Jesús se levantó de la muerte para impartirnos una nueva vida, una clase de vida diferente. Cuando le aceptamos como Salvador, recibimos como regalo la vida de Cristo Jesús. Dios nos hace partícipes de su vida como dice el texto de cabecera. O como dice Hebreos 3:14, “somos hechos participantes de Cristo”. La misma vida que Cristo tiene como resucitado es la que ahora actúa en nosotros que creemos. Es la vida de Dios, una vida de unión y comunión y por medio de ella, podemos producir fruto agradable a Él. El Señor Jesús dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos, el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:4). Cristo resucitó para darnos su vida y con ella, podemos llevar fruto para Dios.

Hay una ilustración en Romanos 7 que es interesante. Se presenta el caso de una mujer casada, y según la ley matrimonial, y no puede casarse con otro hasta que su primer marido fallezca. Sería llamada adúltera si lo hiciera. Solamente al morir su primer marido, ella estará en libertad para casarse con otro. Usando esta ilustración, el apóstol enseñó que el ser humano es visto como la mujer casada o vinculada a su vieja naturaleza y es incapaz de producir la clase de fruto que Dios quiere ver en nuestra vida. Si por medio de la muerte de Cristo, morimos al control (o, a la ley) del viejo hombre, con su resurrección nacimos de nuevo recibiendo la vida del nuevo hombre. Con ella estamos en la condición de llevar fruto para Dios a través del Señor Jesús. “Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios” (Romanos 7:4). Vinculados o casados con nuestra vieja naturaleza, nada de fruto aceptable podemos llevar para Dios. Sin embargo, vinculados o casados con Cristo, tenemos una nueva naturaleza, y por medio de ella es posible llevar fruto para Dios.

¿Cuál es el fruto que sea aceptable delante de Dios? Es actuar con amor en beneficio de nuestros semejantes. Es estar agradecido de Dios por todas las bendiciones que recibimos de Él. Es buscarle a Dios en oración para adorarle. Es ser honrado y honesto con nuestros semejantes. Es llevar una palabra de consuelo al entristecido. Es ayudar al pobre en su necesidad, o estar dispuesto a extender la mano ayudadora al necesitado. Como un racimo de uvas que refresca y alimenta mientras endulza el paladar, así la vida llena de fruto espiritual satisface a Dios. Cristo resucitó y con su vida nos dio libertad. Con ella podemos llevar fruto para la gloria de Dios. Cabe preguntarnos, ¿Acaso llevo yo fruto para Dios en mi vida? –DAJ

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