“Cristo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero de la cruz, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia” 1 Pedro 2.24

Taiwan es una isla ubicada entre el Océano Pacífico y el Mar de China. Había tribus que habitaban los montes de esta isla en el año 1932 y se dedicaban a la práctica salvaje de matar para tener cabezas humanas a fin de ofrecerlas a sus ídolos. El gobierno repudiaba tales prácticas y aunque trató de impedirlas, no pudo convencer a los montañeses a dejar de matar. Los guerrilleros hacían incursiones en pueblos vecinos y en el acto de matar a sus enemigos, les cortaban la cabeza, llevándola enseguida a su propia aldea. Allí, en medio de grandes festejos, celebraban la matanza y ofrecían la cabeza en sacrificio a sus ídolos. Un día un comerciante chino llamado Gow Hong fue a vender sal y otros productos que no se producían en la isla. Fue así que estableció su residencia en medio de estos cazadores de cabezas humanas. Gow Hong era hombre tranquilo, siempre cariñoso con los niños y honrado en sus negocios. No se entrometía en los asuntos de la tribu pero cuando era posible, él trataba de persuadir a sus amigos a poner fin a sus prácticas salvajes.

 

Gow Hong se enteró que la tribu estaba por atacar a un pueblo cercano, y por eso él hizo un esfuerzo especial para disuadir a los líderes. Después de conversar el asunto entre sí, le dijeron: “Este año vamos a tomar una sola cabeza y no tantas como en años pasados. Lo sentimos que a usted le desagrade, Gow Hong, pero tenemos que ofrecer algo a los ídolos. Sólo con cabezas se quedan satisfechos.” “Y si toman esta otra cabeza,” preguntó él, “¿me prometen que dejarán para siempre su práctica?” Todos dijeron que sí, y cuando les preguntó cuál sería la noche del ataque, por la confianza que le tenían, se lo dijeron. Llegó el día fijado y los aldeanos hacían los preparativos. Sacaron filo a sus cuchillos, trajeron leña para el fuego y beneficiaron sus animales. Faltaba sólo la cabeza de su última víctima. A la luz de la luna llena, se alejaron los hombres fuertes de la aldea y se instalaron en el bosque en espera del paso de algún extraño. Luego sintieron los pasos de alguien y precisamente cuando éste pasó frente a los guerrilleros, saltaron al ataque. En cuestión de segundos mataron a su víctima, le cortaron la cabeza y la metieron en un saco. Fueron corriendo a su campamento donde todos aguardaban su retorno. La gente se acercó en el momento en que el líder metió su mano en el saco, pero cuando la sacó, todos retrocedieron. La víctima resultó ser Gow Hong. Nadie habló por largo rato, hasta que el líder en tono solemne recordó a todos la promesa que le habían hecho días antes. Nunca más cazarían cabezas.

 

Ya se acabó la práctica en Taiwan, pero hoy día hay ciertas prácticas entre nosotros que producen igual daño. Cuando las personas mienten o hacen trampa, cuando se ponen soberbios o cuentan cosas feas en cuanto a otros, causan sufrimiento en la de los demás. ¿Cómo se puede cambiar? Jesucristo dijo que “del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios … los falsos testimonios, las blasfemias” Mateo 15:19. El corazón necesita ser cambiado. Dios puede efectuar este cambio por medio del Espíritu Santo. Cuando uno cree en Jesús como Salvador, nace de nuevo y recibe vida divina, con la cual se puede vivir como Dios quiere. Gow Hong obtuvo una promesa de sus amigos que no seguirían con sus prácticas salvajes y él dio su vida para asegurarla. El hizo lo que el gobierno de la China nunca pudo. Jesucristo murió y resucitó para acabar con la práctica del pecado en nuestras vidas. El ofrece vida nueva por medio del evangelio, y cuando uno le acepta por fe, creyendo en la obra de Cristo en la cruz, entonces se empieza una forma de vida diferente. La persona salvada deja de practicar estos pecados como la mentira, las groserías, el orgullo y el desprecio de otros. Empieza a vivir como Dios quiere.

–PdA/daj

Lectura Diaria:
2 Samuel 4:1-5:25 [leer]
/Miqueas 7:1-20 [leer]
/Romanos 12 [leer]