Un ejemplo de muchos años atrás sirve para destacar una modalidad practicada por el Señor Jesús, y también por los apóstoles Pablo y Pedro. Lea de la lista de Marcos Eklund
“Espero en el Señor Jesús enviaros pronto a Timoteo,… pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros.” Filipenses 2:19-20.

Helen P. Msrola era profesora de matemática en 1965. Enseñaba una clase de adolescentes en una escuela secundaria. Un día viernes sintió que sus alumnos estaban inquietos. A fin de distraerles les pidió que escribiera una lista con los nombres de sus compañeros de la clase dejando un espacio entre los nombres. Luego habían de escribir algo positivo de cada uno de sus condiscípulos y entregar la lista a la profesora al finalizar la clase. El lunes siguiente, cada alumno recibió una hoja con los comentarios hechos por sus compañeros acerca de ellos. Hubo sorpresa colectiva entre todos pues se sentían gratos por saber qué es lo que los otros pensaban de ellos. Entre los alumnos estaba Marcos Eklund, amigo jovial y buen mozo.

Transcurrieron algunos años y Helen siguió enseñando. Llegó a casa un día después de un viaje y sus padres le informaron de que su antiguo alumno Marcos había muerto en Viet Nam. La familia de él había llamado para que les acompañara en el funeral. Helen se acordó que Marcos se enroló en el Ejército después de graduarse y de vez en cuando se preguntaba como estaría él. Los detalles en cuanto a cómo murió eran escasos. Helen asistió al funeral y después visitó a sus padres en su casa en el campo, juntamente con otros que lamentaban la muerte de un amigo. Alguien preguntó si ella fuera su profesora de Matemática y dijo que sí. Santiago Eklund, padre de Marcos abrió su billetera y sacó un papelito para mostrárselo a ella. Dijo que su hijo lo había guardado en su billetera cuando fue a la guerra. Fue la lista que Marcos juntamente con otros habían recibido años antes. Nadie había comentado mucho acerca de la lista en su momento, pero varios se refirieron a ella al ver a la profesora en el funeral. Indicaron qué es lo que habían hecho ellos con la lista. La esposa de Carlos dijo que la tenían en su álbum nupcial. Otra mujer todavía la tenía desdoblada en su cartera. Había impactado en los estudiantes de aquel entonces. Atesoraron los buenos comentarios que otros habían hecho de ellos.

¿Sabemos expresar nuestro aprecio por otros? ¿O preferimos el rol de crítico u opinólogo? Cuando el Señor Jesús preguntó: “y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro respondió bien. Jesús le dijo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” Mateo 16:15, 17. El texto de cabecera revela el aprecio que Pablo tenía para con Timoteo, su hijo en la fe. El caso de Pedro es interesante pues a pesar de haber sido reprendido por Pablo, cuando Pedro escribió una carta y se refirió a su colega Pablo, dijo: “nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada” 1 Pedro 5:15. El sabio consejo de Proverbios 27:2 dice: “Alábete el extraño, y no tu propia boca; El ajeno, y no los labios tuyos”. El problema es que cuando debe haber comentarios halagüeños que destacan las virtudes de otros, la mayoría se callan. Lea Romanos 16 y considere la generosidad de Pablo que destacó las características de sus colaboradores. Por ejemplo, en los versos 1-2 (Febe); 3-4 (Priscila y Aquila); 6 (María); 7 (Andrónico y Junias); 12 (Trifena y Trifosa); etc. Es conceptuoso lo que dijeron los alguaciles de Jesús cuando fueron enviados a arrestar y volvieron sin haber cumplido con el mandato. Dijeron: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” Juan 7:46. Ojalá sepamos hablar bien de otros. –daj

Lectura Diaria:
2 Samuel 6 [leer]
/Nahúm 1 [leer]
/Romanos 13 [leer]