Jesucristo es el mejor ejemplo de alguien que somete su voluntad a la voluntad de otro. En su caso, fue al Padre. Cuando alguien dice, “hágase tu voluntad” se compromete a conformarse con lo que traiga aquella voluntad a nuestra experiencia.

“El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón”. Salmo 40:8.

En dos oportunidades, el Señor Jesús usó la expresión “hágase tu voluntad”. La primera fue cuando enseñaba a los discípulos cómo deben orar. El llamado “Padre nuestro” no es un rezo para ser repetido ad infinitum. Antes bien, es una oración modelo que al comienzo dice, “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” Mateo 6:10. Se desprende que en el cielo, la voluntad de Dios se hace siempre y la oración expresa el deseo que la situación sea duplicada aquí en la tierra. Ojalá fuera así.

La segunda vez que Jesús dijo “hágase tu voluntad” fue en el huerto de Getsemaní a donde fue para orar. Jesús sabía que pronto Judas Iscariote llegaría guiando a la turba para arrestarle. El sabía que la serie de eventos, prontos a desarrollarse, culminarían en su muerte en la cruz. Anticipando el sufrimiento que tendría que soportar en su calidad de ser humano perfecto, Jesús presentó al Padre la petición de que la copa de sufrimiento pasara de Él y no la tuviera que tomar. Su sumisión completa se ve en la frase célebre, “Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, HÁGASE TU VOLUNTAD” Mateo 26:42. Desear que la voluntad de Dios se haga requiere sumisión completa, cueste lo que costare. ¿Es posible que algunos cristianos oren así sin estar completamente dispuesto a aceptar lo que venga?

El Señor Jesús enseña por su oración en Getsemaní que cuando uno ora para saber la voluntad de Dios, asume un compromiso de obedecer. Es fácil impacientarse cuando la respuesta no viene inmediatamente y se adoptan métodos para que nuestra voluntad se haga. Esto resulta en una mezcla de fe en Dios y obras nuestras. A veces Dios permite que sus hijos procedan por su propio camino, pero se privan de más bendición por no haberse sometido a que la voluntad de Dios se hiciera. Aceptar la voluntad puede significar un desenlace totalmente opuesto a lo que quisiéramos. Pablo quiso que su aguijón en la carne fuese quitado. Dios le dio gracia para soportarlo y el apóstol lo aceptó sin murmurar. Su actitud es ejemplar pues aceptó la voluntad de Dios. Moisés buscó la voluntad de Dios varias veces en su tiempo como líder del pueblo de Israel. Por no consultar a Jehová Josué fue engañado con el pueblo. A veces Dios permite que se haga la voluntad nuestra, pero después tenemos que vivir con las consecuencias de nuestra decisión. Es mejor decir con el salmista, “el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón” Salmo 40:8. –daj

Lectura Diaria:
Números 16:1-40 [leer]
/Proverbios 13 [leer]
/1 Pedro 5 [leer]