Hay historias en la Biblia que despiertan mucho interés en nosotros al leerlas. A veces nos preguntamos, y, ¿qué pasó después? Después de la resurrección de Lázaro, ¿qué paso? La meditación de hoy contesta la pregunta.
“María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume.” Juan 12:3.
El tiempo de celebrar la Pascua llegaba y llegó Jesús anticipadamente a Jerusalén. Pocos saben que la muerte de Jesús estuviera tan cercana. El milagro de la resurrección de Lázaro había exacerbado el deseo de los líderes religiosos de matar a Jesús. Sin embargo, todo estaba bajo su control del Señor. Se halla Jesús en la casa de María, Marta, y Lázaro. Vivían en el pueblito de Betania, a pocos kilómetros de la ciudad de Jerusalén. Los tres hermanos son nombrados, cada uno en una actividad diferente. Los detalles que Juan el apóstol da acerca de ellos son sugestivos. Marta está sirviendo. Lázaro está en la mesa con Jesús, sentados y seguramente disfrutando de conversar con su amante Señor. De lo conversado no sabemos nada. Otros estaban en la mesa también. Por los menos son mencionados los discípulos del Señor. Habría sido interesante escuchar lo conversado. Por lo menos Jesús era honrado. En medio de esta escena tan hogareña, entra María la hermana. El texto de cabecera destaca que su acto fue de gran devoción. Tomó un perfume de alto valor y ungió los pies de Jesús. Podríamos llamar a María, una adoradora. Estuvo dispuesta a usar algo muy caro para demostrar su aprecio por el Señor. El valor del perfume revela como María valoraba a Jesús.
¿Cuánto sabemos nosotros de demostrar nuestro aprecio por el Señor? ¿Sabemos adorarle en verdad? El acto de María no pasó inadvertido, pues “la casa se llenó del olor” Juan 13:3. Otros apercibieron del acto de María. Ella no lo hizo para llamar la atención a si misma, sino para destacar el valor que Jesús tenía para ella cuando muchos alrededor querían matarle. María es figura del creyente que adora al Señor. Quien adora no se fija en sí mismo sin en el objeto de su amor y devoción. Es reconocer las virtudes de otro. Es expresar apreciación por el otro.
Pronto aparece uno que no sabe valorar lo que hizo María. Judas Iscariote, el que le había de entregar a Jesús revela su verdadero carácter. Había logrado encubrir durante más de tres años que era falso, era ladrón, era hipócrita. Su comentario sobre la venta del perfume para dar el dinero a los pobres no fue sincero. Lanzó una crítica bajo un aspecto piadoso. Aparentó interés en los pobres cuando lo tenía solo en sí mismo. Sonaba bien pero en el fondo, era para enriquecerse. Judas nos enseña que hay personas que se presentan como preocupados de los pobres pero su interés es egoísta. Bajo la guía del Espíritu Santo, Juan el apóstol anotó que Judas era ladrón. ¡Qué contraste! María que quiso dar. Judas que quiso ganar. Inmediatamente Jesús sale en defensa de ella y aclaró que lo que hizo ella tenía que ver con su sepultura. A propósito tenía el perfume guardado precisamente para eso. No lo usó en su hermano Lázaro cuando él murió. Era para usar en Jesús. A los pies de Jesús unos meses antes, (Lucas 10:42) María se había enterado del secreto espiritual: entre la muerte de Jesús, su sepultura y su resurrección, iba a haber poco tiempo. María sabía que Jesús iba a estar fuera de su alcance al morir y por eso anticipó todo para hacerle esta atención. La lección para nosotros es sencilla. Quizás se presentará una oportunidad hoy para hacer algo para el Señor. Puede ser que sea un acto de devoción y aprecio por el Señor. Posiblemente otros no entenderán nuestra actuación, pero el Señor reconoce el amor que hay detrás del acto. No perdamos ninguna oportunidad para adorar y servir a nuestro Señor. –daj
Lectura Diaria: | ||
2 Cronicas 10-11 [leer]
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/Ezequiel 34 [leer]
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/Juan 13:1-30 [leer]
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