Prosigamos viendo las múltiples dimensiones en que la vida de Jesucristo nos muestra que Él glorificaba a Dios.

En sus pensamientos. Jesús estaba por encima del nivel de reflexiones del hombre común. Aun sus discípulos pensaban claramente en un nivel inferior. No siempre los pensamientos de ellos eran pecaminosos y malignos, sino sólo juicios naturales, cuando intentaban hacerle sugerencias, cuando intentaban ejercer persuasión sobre Él, y cuando los hombres querían proyectar sus opiniones sobre Él. Pero Él conocía la verdad: “mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos” (Isaías 55:8). Existían dos mundos. Él vivía en uno y el resto de los hombres en el otro. Por eso, debido a su cuidado por la gloria del Padre, a menudo necesitaba colocar a un lado los juicios naturales, buscando el juicio del Padre en determinado asunto, y se apartaba a lugares desiertos y oraba (Lucas 5:16, 6:12).

En sus intereses personales. Jesús rechazaba en todo momento sus intereses personales, legítimos por cierto. No podía hacer sido de otra manera, si bien habría sido en gran medida importante para sus intereses personales el haber aceptado la oferta del diablo en cuanto a los reinos de este mundo y la gloria de los mismos. Sin embargo, Él  repudió todo aquello. Con relación a la cruz, podría haber sido ventajoso para Él en lo natural si hubiera escuchado a Simón Pedro cuando le sugiere: “Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca” (Mateo 16:22). Su respuesta no deja lugar a dudas y dice a Simón: “¡Apártate de mí, Satanás!”. Como podemos constatar, los intereses y bienestar personales debieron ser puestos de lado Jesús no era regido por estas cosas, pues su constante motivación era la gloria del Padre.

En sus sentimientos. Los sentimientos naturales a menudo tuvieron que ser dejados de lado. Podemos pensar en sus sentimientos de hijo a madre, cuando debe dejarle para iniciar su ministerio. Mucho antes él debió haber apreciado la crianza humana de José, su padre terrenal. Su padre fallece según se desprende del relato bíblico y a Jesús debe haberle dolido pues José era un hombre bueno, un hombre justo y digno. Llegamos al capítulo 11 de Juan y Jesús, que era muy comprensivo, entendió cómo se sentían las hermanas de Lázaro y también sus discípulos. El verdaderamente entró en la vida de ellos como amigo y “les amaba” (Juan 11:5). Pero cuando los discípulos trataron de influir en él para persuadirlo en cuanto a que actuara sobre la simple base de los sentimientos naturales, Él rechazó estos motivos permaneció lejos por dos días y no se movió de su lugar hasta el cuarto día cuando, humanamente hablando, todo era ya demasiado tarde. Él no era indiferente como nos lo muestra claramente el texto, pero estaba energizado por un objetivo superior: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios” (Juan 11:4). Debido a que tenía cosas más grandes a la vista, no podía ceder a lo humano, a los sentimientos naturales. “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” (Juan 11:40).

Qué gran e incomparable ejemplo de entrega y devoción a su Padre nos presenta el Señor Jesús. Que podamos decir como el apóstol Pablo que somos imitadores de Cristo (1 Corintios 11:1). –rc

(Continúa)

Lectura Diaria:
Números 14 [leer]
/Proverbios 11 [leer]
/1 Pedro 3 [leer]