El pecado ha hecho estragos en la humanidad. Por todo el mundo se ve su estela de dolor y destrucción. Pleitos, enemistades, guerras, violencia, engaños. Es un estado de muerte espiritual que pese a las buenas intenciones del ser humano, está presente en todo orden y lugar arruinándolo todo. La Biblia lo denuncia y la experiencia humana lo confirma día a día. Al mirar el día a día en el mundo no se ve más que las consecuencias nefastas del pecado. Ciertamente, no hay una expectativa favorable para el devenir de la humanidad a la luz de lo que ocurre. Jesús declara que el pecado tiene su fuente en el corazón humano (Mateo 15:19).

Históricamente el pecado del hombre comenzó con la duda en cuanto a la justicia y propósito del mandamiento de Dios dado a Adán y Eva en Edén: “Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17). Adán murió espiritualmente el día en que desobedeció a Dios (Génesis 2:17). A partir de entonces, toda la humanidad nace en la misma condición de tragedia espiritual (Romanos 5:12-14, 17, 21). Todos los que descienden de Adán no solamente han de morir físicamente sino que se encuentran ya en un estado de separación de Dios (2 Corintios 5:14). La muerte no es sólo un hecho, es un estado. El sello de la muerte acompaña toda la actividad y la vida humana.

En Edén, el hombre voluntariamente decidió desobedecer Dios porque Satanás pretendió presentarle como rival del hombre, que le estaba reteniendo bendiciones y no quería que este disfrutara plenamente de su vida y su libertad. Tristemente, después de esto la Biblia declara que ninguna parte del complejo ser del hombre ha quedado libre de la influencia del pecado (Isaías 1:6). La esencia del pecado implica que el hombre piensa que puede encontrar el motivo, objetivo y destino de su vida lejos y aparte de Dios, en autosuficiencia, sin tener en cuenta a Dios (Romanos 1:28). El pecado requiere ser juzgado y castigado. En el antiguo testamento se ofrecían animales inocentes a los cuales se les transferías simbólicamente los pecados de los hombres y daban su vida por ellos, morían por ellos (Levítico 16:9-22). Es que el pecado debe ser castigado con la muerte (Romanos 6:23).

La figura de Jesús como el cordero de Dios tiene gran significado. La palabra griega empleada es ‘airo’ y tiene la idea de llevar, levantar y quitar. Juan nos dice que Jesús, como el cordero del sacrificio, llevó sobre sí mismo la carga del pecado del mundo y dio su vida por él. Él sufrió el juicio y castigo de Dios por el pecado del mundo en su propio cuerpo, llevando la carga completa de nuestro pecado y culpa (Isaías 53:4-5, 1 Juan 3:5, 1 Pedro 2:22-25). También Juan nos enseña que Jesús quita o se lleva el pecado del mundo, cumpliendo así la figura de los dos machos cabríos de Levítico 16. Esto se hace efectivo en el oficio continuo de Cristo quitando nuestro pecado al presentar ante el Padre su muerte vicaria. Quita de todos la culpa y el castigo por sus pecados, quita la contaminación, el poder y dominio del pecado, también satisface, purifica y redime. Juan llama a los judíos a poner su vista en Cristo, a admirarle y reconocerle con ojos de fe y dependencia. El ha llevado nuestro pecado y también lo ha quitado. Nuestro rol es abrazar su salvación creyendo en él y recibiendo su gran obra hecha a nuestro favor en la cruz. +-rc

Lectura Diaria:
1 Reyes 15:33-16:34 [leer]
/Jeremías 27-28 [leer]
/Colosenses 4:2-8 [leer]